¿Qué sentimos cuando estamos sanos? Sin duda nada que pueda quedarse fijo de un sólo modo. La salud emocional es un espacio vital dinámico en el que van sucediendo y entramando diversas experiencias, sentimientos, cambios y también formas de crear y de relacionarnos.
Por eso la salud es una tarea que no tiene fin. Influídos para bien y para mal con los otros, el ambiente, la cultura, buscamos adaptarnos y a la vez reencontrar cada vez nuestro verdadero ser.
Integrarnos en una unidad nos brinda identidad y seguridad pero consolidarnos demasiado en un sólo modo de ser nos rigidifica y empobrece. Pero estar dividido y fragmentado nos genera un sentimiento de irrealidad y falsedad. Pero también es esencial poder encontrarnos más abiertos hacia nuestra espontaneidad, que nos permite descubrir mundos nuevos y activar la creatividad. Eso nos hace sentirnos cómodos con lo que somos y que lo que vivimos y experimentamos es real.
A través de las diferentes etapas de la vida, mantener los lazos con nuestro pasado y percibir nuestro futuro, pero a la vez la conciencia de que seguimos existiendo como una persona única y original que mantiene su ser más allá de los cambios.
No se trata de evitar o negar las crisis y los cambios, sino la capacidad de generar puentes que le dan continuidad a nuestra vida.
La diversidad de las relaciones con los demás y la aptitud para disfrutar de la intimidad, la relación consigo mismo y con los otros, caracterizan a la persona capaz de mantenerse conectada con el mundo interno y el externo.
El adulto sano será capaz de establecer diferentes calidades de relaciones afectivas, y a su vez de relacionarse con su fantasía y su mundo interior.
La posibilidad de un hacer derivado del ser, y este hacer es el que permite el crecimiento del ser. El hacer compulsivo, en cambio, como forma de huída de sí mismo, no aporta nada al crecimiento de la persona y alimenta el sentimiento de irrealidad.
El sentimiento de libertad, en un rasgo de salud emocional. La enfermedad mental, en cambio, produce la vivencia de estar prisionero.
Pero esa autonomía y la libertad, van acompañadas de hacerse cargo de los propios impulsos amorosos y agresivos. El adulto saludable desarrolla una confianza en su capacidad de aportar algo valioso al mundo que lo rodea.
El adulto sano es capaz de hacerse cargo de sus pensamientos, actos y decisiones, de reconocer sus logros y de aceptar las consecuencias de sus errores y fracasos, sin necesidad de proyectar en otros sus aspectos idealizados o desvalorizados.
Estar sano implicará también la capacidad de jugar y el humor.
Sin embargo, existe un vivir creador más allá de la enfermedad. La aceptación y elaboración de fracasos primarios irreparables es a veces compensada por importantes realizaciones personales, aún al costo de un gran sufrimiento.
Existen personas afectadas por traumas tempranos que llevan la marca de severas lesiones psíquicas y la amenaza de angustias primitivas. Sin embargo, acceden a grandes logros o contribuyen con su talento al progreso de la cultura. Estas personas, en cierto sentido enfermas, han logrado a pesar de ello o quizá gracias a ello, superar sus limitaciones e impulsar su vida para elaborar o escapar de la angustia o de vivencias internas de persecución o derrumbe.
El espacio de la salud, precario y a la vez permanente, se encuentra y se pierde, se recrea incesantemente.
La salud incluye tanto la idea de una vida llena de actividades como el encanto de la intimidad. Todo se funde conjuntamente y contribuye a dar un sentimiento de realidad, un sentimiento de ser, y las experiencias del hacer alimentan, a su vez, la realidad psíquica personal, la enriquecen y amplían su campo. Por consiguiente, el mundo interior de la persona sana se vincula al mundo exterior o real sin dejar de ser personal y capaz de una vida propia. Constantemente se producen identificaciones introyectivas y proyectivas. Por eso, pues, la pérdida, la desdicha y la enfermedad, pueden ser más terribles para personas sanas que para aquellas que son psicológicamente inmaduras o enfermas. Hay que dejarle a la salud el derecho de conllevar sus propios riesgos.