Bruno Bettelheim, psicólogo nacido en Viena que desarrolló su carrera en los Estados Unidos, decía que hay dos cosas esenciales que debemos transmitir a nuestros hijos, para que crezcan como adultos sanos, creativos y productivos. La capacidad de autocontenerse y la de automotivarse.

Cada vez que lo pienso me doy cuenta que necesitamos de ambas en un maridaje adecuado y a la vez adaptable a diferentes circunstancias. Y que las personas que se saben motivar y también contener, se sienten mejor, se relacionan mejor y les va mejor.

Inspirada en esa frase, fui descubriendo diversas características en la gente que iba conociendo y casi que los pude definir a partir de estos dos rasgos. Así descubrí que muchos no logran ese sutil maridaje y tienden a caer en alguno de los extremos. Encontré que cuando ese equilibrio no funciona, se exagera alguna de esas características en detrimento de la otra. Y cada una por su cuenta, sin el contrapunto con su complemento, nos lleva a distintas formas de sufrimiento y de dificultades para vivir en sociedad.

Pero es interesante entender dónde se encuentra el núcleo de estas habilidades que describe Bettelheim. En lo que llamamos el ser, la persona total, que está hecho de modelos de identificación con los padres y maestros, de valores que nos transmiten, de experiencias, aptitudes y limitaciones de cada uno. Desde esa red de elementos que interactúan entre sí, cada persona percibe, piensa y actúa. Y desde ese filtro que todos poseemos podemos procesar ideas, emociones y formas de relacionarnos.

No les va a sorprender si les cuento que aquellos que son demasiado hábiles en autocontenerse tienen poca capacidad para automotivarse. Y a la inversa, aquellos que derraman motivación, a veces carecen del filtro necesario para autocontenerse.

En la educación y la crianza más formales, en general predomina la habilidad de autocontenerse. Esto es sumamente útil ya que nos permite medir y dosificar nuestras actitudes, lo que decimos y lo que hacemos. Tenemos el control y una batería de mecanismos de defensa para protegernos de los excesos propios y ajenos. 

El riesgo es que con frecuencia nos cuesta más ser espontáneos, relacionarnos, crear y sentirnos libres. Son esos personajes que todos  conocemos. Estructurado y rígido, le cuesta relacionarse, se percibe una cierta tensión en su actitud y un modo de hablar preciso, cuidadoso, eligiendo las palabras adecuadas y evitando las confrontaciones.

En los casos extremos el filtro está obstruido por el exceso de contención. La persona se siente trabada y le cuesta encontrar la motivación, la expresión espontánea de sus sentimientos, la audacia de atreverse a explorar nuevos caminos. Lo siente como desmotivación, aburrimiento y falta de ganas.

En otros casos conocemos personas a las que les cuesta mantener el control pero son más comunicativos, ocurrentes y entusiastas. El riesgo es que a veces resultan demasiado invasivos y abrumadores para los demás. Allí el filtro está dañado, y el procesador tiende a expulsar todo lo que siente y piensa, y a veces hasta actúa, sin filtro. Faltan límites y no se respeta el contrato tácito de respetar las fronteras del otro. Podemos describir a esas personas como una forma de incontinencia. Te bombardean de palabras, te sueltan todas sus ansiedades y preocupaciones, vuelcan sobre los otros el contenido de su interior, reaccionan exageradamente, en permanente catarsis.

Si bien todos conocemos o nos reconocemos en estos personajes, hoy, además estamos invadidos por grandes cantidades de estímulos que nos cuesta procesar. Y en algunos la precariedad del aparato de contener sus emociones y pensamientos los lleva fácilmente al desborde.

Otros, y en particular a partir de la pandemia y sus consecuencias, se han vuelto más inseguros y vulnerables. La pandemia nos obligó a generar filtros que desconocíamos. Paranoicos, atentos a evitar el contacto, encerrados, con sensación de amenaza, usamos todos los mecanismos de defensa y nos atrincheramos cerrándonos a la interacción. El covid son los otros.

Está bueno que revisemos cada tanto nuestro modo de funcionar entre el adentro y el afuera, para generar un ambiente humano protegido tanto de los efectos devastadores de las tormentas emocionales como de los helados rigores de los mecanismos de defensa. Ese es el modo de recrear y sostener un ámbito amigable para la propia vida y la de los que nos rodean.