Nuestros pensamientos, que son conexiones de ideas enhebradas en cierto orden, circulan en nuestra mente de dos maneras diferentes. Por un lado, el pensamiento lógico y el razonamiento formal se desplazan por grandes “autopistas”, recorridos que ya conocemos y que transitamos con frecuencia. Esos amplios carriles se han ido construyendo en base a la formación que hemos recibido, a la información que consumimos y a las experiencias que vivimos. Y cada vez que nos enfrentamos a un nuevo desafío, o tenemos que resolver un conflicto, nuestro primer reflejo es recorrer esos caminos que transitamos habitualmente.

Me plantean un problema y enseguida recorro los procesos que ya conozco para así activar la respuesta adecuada. Algo así como responder ante una pregunta de examen. Las respuestas ya están prefijadas, y nuestro cerebro rastrea en el archivo mental una o varias posibilidades de reacción.

Pero existe otro modo en el que nuestras ideas se conectan y se asocian, de maneras inesperadas, disruptivas, a veces transgresoras. Y esas conexiones no van por las “autopistas” sino por atajos y rodeos, y con frecuencia a campo traviesa. Por esos caminos inexplorados, o poco transitados, aparecen la intuición, la empatía, el sentido del humor y todas las habilidades de la inteligencia emocional y social. En esos recorridos, encontramos también versiones más ágiles y originales de procesar nuestros conocimientos adquiridos: la curiosidad, la creatividad, y nuevos descubrimientos y aprendizajes.

¿Son importantes los dos tipos de recorrido? Sin duda. Como decía Albert Einstein: “La creatividad es la inteligencia divirtiéndose”. O sea, la inteligencia es un valor, pero si no sale a jugar no va a generar espacios mentales creativos, y por lo tanto no va a lograr resultados innovadores.

A veces la emergencia, el apuro, el miedo, la pereza, nos convocan a acelerar el ritmo e ir sólo por las autopistas mentales. Y está bien.

Pero otras veces la urgencia permanente, cuando la velocidad es el valor principal, nos lleva a un funcionamiento puramente lineal. 

Lo que pasa es que si no nos animamos a recorrer caminos alternativos nos perdemos un capital inspirador, interesante y productivo.

No es fácil atreverse a pensar diferente, recorrer los pastizales, mojarse las botas, perder la estabilidad que encontrábamos en lo conocido. 

La creatividad en acción necesita de la circulación entre las personas y las cosas. Es una aventura mental que nos permite percibir ambientes, climas, ideas, recursos, que de otro modo jamás hubiéramos registrado.

Dice Stephen Nachmanovitch en su libro Free Play:“El conocimiento razonado proviene de una información de la que tenemos clara conciencia, y es sólo una muestra parcial de nuestro conocimiento total. El conocimiento intuitivo, en cambio, procede de todo lo que sabemos y de todo lo que somos. Converge en el momento, a partir de una rica pluralidad de direcciones y fuentes…”.

Pero esos dos caminos se pueden potenciar. Hay momentos de llegar rápido al resultado y momentos de exploración y aventura. Tiempos de concretar y tiempos de imaginar. Estados de alerta y estados de ensoñación. Decía Pablo Picasso: “Para mí, la creación comienza con horas de ocio y contemplación…Dejo que mi mente marche en calma a la deriva, como un bote en la corriente. Tarde o temprano, algo la capta.

Se vuelve precisa, toma forma… el próximo tema de mi pintura ha sido decidido”.

Muchas veces creemos que la experiencia se adquiere repitiendo una misma actividad a lo largo de los años, recorriendo la misma “autopista”. Sin embargo, el paso del tiempo puede rigidizar nuestra manera de hacer las cosas y ahogar la creatividad, ya que la repetición ritualizada de un mismo razonamiento genera resistencias a la innovación y al cambio.

Todavía en la educación se pone el acento en aprender contenidos y atesorar conocimientos a partir de lo que los libros y maestros nos transmiten. Ese modelo, más pasivo, es el que construye nuestras autopistas mentales, útiles y necesarias para definir la configuración de nuestro cerebro, pero demasiado definidas y con poca flexibilidad. Y eso afecta tanto lo cognitivo como lo emocional. Y a veces hasta nuestra actitud corporal, más rígida y estructurada.

Sin embargo otros aprendizajes y experiencias más flexibles e informales, en las que se desarrollan habilidades múltiples y transversales, se asignan desafíos a resolver, en las que hay lugar para las emociones, más activas, preparan el terreno para nos sintamos más cómodos en arriesgarnos a caminos alternativos.

Por eso cuando se cruzan el pensamiento lógico con los caminos alternativos, la intuición enriquece a la inteligencia, en lugar de oponerse a ella. Lo formal se disfruta como un juego, y el juego es la fuente del cambio y la innovación. Así la creatividad se concreta en realizaciones. Y los sueños alimentan los logros y los resultados.