Las decisiones a medias, el regateo de nuestro tiempo, esfuerzo, compromiso, son una tentación cotidiana. Y son el secreto del fracaso y el estancamiento en problemas sin resolver y proyectos inconclusos.
Gran impulso al comienzo, iniciativas poderosas, pero la definición se queda a mitad de camino: “Sé que tendría que llamar al que toma las decisiones para resolver definitivamente un tema, pero hablo con el que está más a mano o me resulta menos amenazante”. “Tendría que ir en persona a tener una conversación a fondo, pero decido mandar un mail tibio y poco claro”.
Con estas idas y vueltas, las cosas se postergan o se pierden en el camino: “Sé lo que hay que hacer, pero lo hago a medias”. “Sé cómo se resolvería del todo, pero lo voy acomodando más o menos”.
Es como si nos recetaran tomar dos comprimidos de antibiótico por día y sólo tomáramos uno. La infección no se cura y de paso las bacterias se van haciendo cada vez más resistentes. ¿Bacterias? Puede ser, pero estamos hablando de las genuinas resistencias a resolver una situación. Y no hay duda de que con el tiempo y la inercia se fortalecen.
Hacer lo necesario es el secreto del éxito. Todo lo necesario, el tiempo que haga falta, con los recursos adecuados. A fondo, hasta el final, con las herramientas precisas, con confianza y compromiso. Lo demás es autoengaño, negación y justificación del fracaso o resignación ante los problemas, que se hacen crónicos, se superponen y cada vez son más.
Es frecuente escuchar casos como este: “Tengo un proyecto interesante, con un gran potencial, pero requiere una inversión económica que, en su momento, ya evalué. O requiere contratar a un profesional que me asesore. También necesita que yo esté disponible varias horas por semana. Y decido hacerlo con menos plata, sin asesoramiento y con escasa dedicación”.
El tema es que el resultado no va ser sólo de menor envergadura o calidad, sino que todo lo que se haya invertido hasta ese momento se perderá, ya que, si no se alimenta el proyecto adecuadamente, tarde o temprano morirá.
Y lo mismo pasa con nuestras relaciones. Si no nos comprometemos lo suficiente, si decidimos quedarnos en el medio, lo más posible es que el vínculo no se estanque en un estado tibio más o menos aceptable. Lo que suele suceder es que se debilite y se quiebre.
No se trata de decir: “Lo hago a medias, aunque gane la mitad o consiga menos de lo que quiero”. A veces, ganar menos significa perderlo todo.
No basta con tomar la decisión en un instante de coraje. Hay que dar desde el primero hasta el último paso, sin ahorrar energía, recursos ni tiempo. Y eso hace que en vez de pasarnos la vida rumiando las mismas frustraciones, debamos enfrentar cada vez nuevos problemas.
¿Y esto no termina nunca? Los problemas, proyectos y desafíos seguirán llegando, y están para ser resueltos. Y si lo hacemos bien tendremos el privilegio de contar cada vez con nuevas dificultades que enfrentar.
Así nos damos cuenta que el éxito no es no tener más problemas, sino tener en cada ocasión problemas nuevos que requerirán de nuestra capacidad para resolverlos de manera original, creativa, y siempre comprometida.