Condicionados por el trabajo de cada día, la exigencia de rendimiento y eficacia, la búsqueda del éxito, y todo el esfuerzo de sostener la vida cotidiana, nuestra energía se hace difícil de sostener, y muchas veces nos sentimos desmotivados y entrampados.

En busca de recuperar el sentimiento de libertad, y sin darnos tiempo para reflexionar ni mirar hacia adentro, agotados y aburridos, buscamos atajos para evadirnos hacia lo que está más a mano.

La comida para calmarnos, el alcohol y los ansiolíticos para relajarnos, las compras compulsivas para gratificarnos, los juegos de azar para sentir la adrenalina, la tentación de chequear el celular cada dos minutos para ver si pasa algo interesante, las horas ante la pantalla sin importar el contenido de lo que vemos. Pero no nos pasa sólo con esos vicios menores o más graves. También nos podemos evadir hacia relaciones afectivas tortuosas y enfermizas que, a través del desencuentro y el sufrimiento, nos mantienen despiertos.

Estas actividades compulsivas, a veces hasta secretas, nos avergüenzan, vacían nuestra vida de energía, nos hacen perder tiempo y dinero, y mutilan nuestra red emocional y humana.

Son actos de evasión, repetitivos y monótonos, que una vez consumados, nos generan rabia contra nosotros mismos. Y así nos encontramos fragmentados, desconcertados y asustados por estas acciones que se vuelven cada vez más frecuentes e inmanejables.

Este modo de huir de la realidad, con actividades aparentemente recreativas, pero de calidad inferior a la actividad creativa, no nos deja aprendizaje ni crecimiento personal. Son sólo maneras de deshacerse en forma improductiva de nuestro excedente de energía.

¿La otra opción? Tomarse el tiempo para conectarse con necesidades genuinas y decidir la expansión de nuestra vida a través de nuevos intereses y vínculos valiosos.

Y esto aparece cuando al intentar recuperar el entusiasmo y el sentimiento de libertad, elegimos el deporte, los hobbies, los viajes, creamos grupos para compartir afinidades, desarrollamos intereses artísticos o nos sumergimos en el fluir de la vida cultural.

Estas actividades no sólo nos distraen y relajan, sino que nutren nuestro pensamiento, creatividad y sabiduría, y nos permiten desplegar una personalidad más interesante, extrapolar conocimientos de un área a otra y ser mejores también en nuestro desempeño laboral.

Son experiencias variadas y estimulantes, y están llenas de vivencias de plenitud, de orgullo y exaltación. 

En esa forma adulta de jugar, la mente, las emociones y el cuerpo se entraman en una experiencia que tiene un lugar y un tiempo. No nos sentimos amenazados ni perseguidos, la imaginación y la realidad confluyen, y la red de ideas y de vínculos se realimenta.

Y así como en la evasión la energía se consume y las actividades compulsivas quedan aisladas del resto de nuestras experiencias, en la expansión se gana potencia y ésta circula hacia otras áreas.

Lo notable es que muchas personas que cuentan con una gran energía y potencial creativo no reconocen esta necesidad ni saben encontrar canales adecuados de expresión, y por eso padecen de conductas adictivas y hasta pueden terminar destruyendo sus propios proyectos.

En este punto, alimentar nuestro ser creativo pasa a ser una prioridad: aprender una nueva destreza física o intelectual, iniciar una colección, elegir un tema de interés y explorarlo. Recuperar lo renunciado y lo perdido en otras épocas: nuestra herencia cultural, las raíces familiares, los sueños y asignaturas pendientes.

Ya no necesitamos evadirnos con actividades que nos vacían de energía, sino que nos expandimos en intereses que dan sentido a nuestra vida. De esto saben los navegantes y los pescadores, los andinistas y los viajeros, los coleccionistas y los melómanos, y también todos aquellos que hacen de su trabajo algo más que una rutina cotidiana.