De tanto pensar en las ganas de viajar, y el recuerdo de otros viajes, me dieron ganas de contarles que no siempre se viajó así y cómo empezó el turismo tal como lo conocemos y disfrutamos hoy. Como siempre me interesan las redes humanas, la red de los viajeros me despierta mucha pasión y curiosidad. Así que me puse a pensar en cómo funciona el turismo, esa gran red de personas desplazándose por el mundo con la finalidad de tener nuevas experiencias en lugares variados.

Desde la antigüedad se viajó con todos los recursos que existían. A caballo, en carros, atravesando bosques y desiertos. A la vez se iban creando carreteras, postas, posadas. Siempre con diversas incomodidades y especialmente con enormes riesgos. Las condiciones climáticas, los salteadores de caminos, las guerras.

Durante siglos los viajes sólo tenían el sentido de explorar nuevos territorios, de generar transacciones comerciales e importación de productos exóticos y de peregrinación a lugares sagrados. El turismo no era un objetivo. La verdad es que no era cómodo viajar por placer.

Fue recién a mediados del siglo XVII que los ingleses de la nobleza o de la rica burguesía del comercio, empezaron a enviar a sus hijos de viaje al finalizar sus estudios, para terminar de formarse en cultura general, conocer mundo y desarrollar cierta autonomía. Eran viajes largos de seis meses a un año y siempre incluían a Italia, con Roma y Venecia. También a París, a algunas ciudades suizas y a veces Holanda.

A partir del siglo XVIII empezaron los relatos de viajes de poetas y novelistas haciendo soñar a cada uno con la posibilidad de conocer nuevos lugares.

Es en ese período que aparecen tres nuevas pasiones en la sociedad occidental: la moda, el coleccionismo de objetos antiguos y los viajes de placer. Así comienza un turismo ligado a la belleza y la historia.

Al promediar el siglo XIX el progreso técnico multiplica las posibilidades de viajar para muchos más. Aparece la máquina de vapor con el ferrocarril y los barcos a vapor, proporcionando nuevos modos confortables de viajar. Gracias a esas facilidades, si bien aún se seguía viajando por negocios o por expediciones a países lejanos, allí se empieza a consolidar la idea del turismo ligado al ocio y la curiosidad.
A la vez surge una nueva tendencia, los viajes de salud. A principios del siglo XIX los que tenían más recursos, aconsejados por sus médicos, viajaban a balnearios como Spa en Bélgica o Vichy en Francia, para curarse de sus enfermedades en las aguas termales. También las clínicas de alta montaña en Suiza y Austria donde se enviaba a pacientes con trastornos respiratorios y en particular a los enfermos de tuberculosis. Recordemos que aún no existían ni las vacunas ni los antibióticos.

Cuando estos lugares se volvieron lujosos y aspiracionales ya no sólo iban los pacientes sino clientes poderosos que buscaban interactuar socialmente con sus pares. Una versión del turismo como la que sucede hoy en ciertos balnearios prestigiosos.

Esa es la época de la creación de grandes hoteles de lujo promovidos por el suizo César Ritz. Con un concepto novedoso para la época, Ritz diseña una cadena de hoteles en todo el mundo, basados en el lujo, la calidad, la atención y la valorización de la gastronomía.

A la vez el inglés Thomas Cook, crea el concepto de agencia de viajes, organizando tours y excursiones.

En EEUU ya George Pullman había diseñado los trenes de lujo, con camarotes con baño privado, decorados con todas la comodidades, restaurantes y salas de juego.

En Europa el mismo modelo lo incorporan la empresa Wagons Lit, que poseía los trenes más lujosos de toda Europa. En particular el Orient Express que inauguró su primer viaje en 1883, partiendo desde París, cruzando los Alpes hacia Budapest, luego Bucarest, con destino final Constantinopla. El tren se hizo famoso inmediatamente por el lujo a bordo, sus refinados camarotes y baños, pero también por su comida sofisticada, los vinos y un servicio de alto nivel.
Para la misma época, los barcos de vapor también comenzaron a funcionar con camarotes de lujo, restaurantes elegantes y salones de baile. Al menos en primera clase. Y a fines del siglo XIX ya había compañías navieras que cruzaban el atlántico regularmente entre Liverpool y Boston.

Y aquí un agradecimiento a Clarisa Herrera que me hizo descubrir a las mujeres que viajaban para contarlo. Cuenta la historia que junto a la emancipación de las mujeres, en los años 1920, aparecieron las viajeras profesionales.

Ellas creían en el valor de compartir sus experiencias en primera persona, más allá de las guías de viaje tradicionales. También más allá de los prejuicios y hasta el desinterés que mostraban algunos viajeros por lo que no conocían.

Catherine Gasquione Hartley fue una de ellas y describe un tipo de viajero británico, el que iba en un vagón de tren de Barcelona a Valencia y que sentenció a final de trayecto que el paisaje no le había gustado, después de pasarse todo el camino leyendo un diario inglés y sin mirar por la ventanilla.

Estas viajeras solitarias tienen una explicación histórica. El período era un momento de cambio global en la situación que ocupaba la mujer, y también en el papel que tenía el turismo en la vida cotidiana. Además, los nuevos medios de transporte abrían nuevas oportunidades a las mujeres, que se sentían más seguras.

Muchas eran inglesas y recorrían el mundo para luego contar lo que habían visto y experimentado. Después publicaban artículos y libros de viajes. Era un modo de generar ingresos y algunas eran periodistas, escritoras y también fotógrafas que publicaban imágenes de los sitios que habían recorrido.

Un dato de color, de color bronceado, es que recién en el siglo XX se empiezan a valorar los destinos cálidos, en particular las playas del Mediterráneo.

Una nueva revolución del turismo llega con la invención del automóvil, y en particular cuando en 1908 Henry Ford comienza a producir su modelo T, un auto de valor accesible para más gente. El automóvil era el símbolo de la libertad, ya que el que viajaba podía decidir sus horarios e itinerarios.

A la vez se inicia la era de la aviación que cada vez más pasa a ser hasta hoy el transporte privilegiado para los viajes largos.

Aparece la empresa American Express, inicialmente vinculada al transporte de mercadería y más tarde como agencia de viajes, creadora de los travellers checks, y hoy con objetivos más amplios aún.

Ya para los años cincuenta y sesenta empieza el turismo masivo con la cultura del ocio. Se había superado la segunda guerra, la economía mejoraba, la clase media crecía, se construían autopistas, bajaba el precio de los autos. Los europeos recorrían Europa y sus grandes capitales. Los norteamericanos viajaban a Europa y también a Hawai y las islas del Caribe. América Latina también viajaba, especialmente los jóvenes solteros y las familias.

Hoy gran parte de los destinos elegidos tienen que ver con las costas, la idea del descanso y el placer. También con la montaña tanto en verano como en invierno.

Y poco a poco fueron apareciendo nuevas modalidades: viajes de estudio, turismo familiar, turismo de aventura y turismo rural.

Hoy los estudiosos del turismo, como el profesor Jafari de la Universidad de Wisconsin, nos lo explican como una ciencia interdisciplinaria, entre economía, educación, geografía, historia, política, psicología, sociología, transporte, negocios, ecología y muchas más. Y por supuesto entre los gobiernos y el sector privado. Me encanta la definición de este investigador. “El turismo se trata del mayor movimiento pacífico de población de la historia de la humanidad en tiempo de paz”.