Vengo leyendo que uno de los grandes cambios que traerá el futuro en los próximos años será que al nacer, a cada bebé se le realizará su mapa genético. A partir de allí y con el seguimiento digital de toda la información sobre ese niño, el Big Data irá integrando toda la información que va apareciendo en diversas redes, que se irá actualizando en forma permanente.

¿Cuál sería el sentido de hacer esto? Aparentemente el objetivo es detectar patologías genéticas. Los médicos tendrían así toda la información de cada persona y conocerían los riesgos de que esa persona sufra una determinada enfermedad.

Pero el tema no se agota en conocer las posibles patologías y prepararse para su potencial aparición, sino que puede terminar condicionando el destino de esa persona. Los padres y el entorno estarán quizá más atentos al eventual riesgo que a la originalidad y potencialidad de ese chico. Y con él tiempo él mismo se sentirá prisionero de su mapa genético.

Ahora, ¿Qué es un ser humano? ¿Un ser con fronteras fijas y una identidad definida desde el origen? ¿No estaremos regresando por un camino aparentemente innovador al viejo y desprestigiado determinismo? Ya habíamos aprendido que lo genético era sólo una parte del ser, que luego se irá moldeando con las experiencias, los vínculos, la cultura.

Las combinatorias son infinitas y ni siquiera el Big Data podrá tener en cuenta los efectos del azar, las oportunidades, las experiencias traumáticas, los encuentros inesperados, la genialidad disruptiva de alguno. Ninguna de ellas se inscribe en el genoma.

Cuando nos damos cuenta que somos una red de variables inagotables, se comienza a perfilar la idea de un ser potencial, virtualmente inconmensurable. Esa red que somos y la red más amplia de la que formamos parte expresan la complejidad, la multiplicidad, la virtualidad, dejando también lugar para lo impensado, las sintonías imprevistas.

La condición de lo humano implica la esperanza de transformarnos, de poder ser otro. Y allí se hacen necesarios tanto el registro de las cadenas personales o sociales que nos oprimen, como el sentimiento de libertad que nos permite creer en lo posible.

La ciencia actual nos lo explica mejor. Durante muchos años, los científicos intentaron evaluar cuánta influencia tenemos de nuestros genes y cuánta del ambiente. Esto llevó a extremismos de los que creían que éramos sólo el resultado de nuestra genética y otros que sostenían que el ambiente definía a todos por igual. Esto llevó incluso a posturas ideológicas y políticas que causaron mucho daño a las personas y las sociedades.

Hoy la preocupación ya no es medir ni discriminar, sino descubrir cómo interactúan entre sí los factores hereditarios con los ambientales; la genética con los modelos de crianza, educación y entorno en general.

“No se trata de una competencia –comenta el doctor Stanley Greenspan, psiquiatra de la Universidad George Washington–, sino de una danza. Y si bien la naturaleza es el bailarín dominante de las fases tempranas del desarrollo, la crianza desempeña un papel vital”.
Y más aún, de todos los descubrimientos que han producido los neurocientíficos en los últimos años, los hallazgos respecto de cómo a lo largo de la vida la actividad del cerebro cambia su estructura física son quizá los más impresionantes.

Al nacer, el cerebro de un bebé está formado por 100 mil millones de neuronas, casi la misma cantidad que hay de estrellas en la Vía Láctea.
Poco después del nacimiento, el cerebro, en un Big Bang de exuberancia, produce millones de conexiones entre las neuronas. Poco a poco, irá eliminando aquellas conexiones que no han sido utilizadas.
Este proceso de poda se inicia alrededor de los diez años, y va definiendo la forma del cerebro y los modelos de emociones y pensamiento, únicos para cada persona.

Y la plasticidad neuronal hace que nuevas conexiones y nuevas podas sigan ocurriendo a lo largo de toda la vida moldeando nuestro cerebro a través de las interacciones con los otros, las vivencias y los nuevos conocimientos.

Muchos sistemas educativos siguen siendo en gran parte lineales, legado de tiempos de fronteras y estructuras cerradas. Desde este modelo uniformizante, se aspira a brindar iguales oportunidades y también a la estandarización del conocimiento para hacerlo mensurable. La desventaja es que a veces se podan las redes mentales originales de cada uno y también ciertas redes informales que se generan en la interacción con los otros. La educación lineal tenía sentido en un mundo de fronteras, pero este modelo mental ya no es acorde con el mundo actual, global e hiperconectado .

A la luz de la evidencia de que la experiencia configura la estructura del cerebro necesitamos abrir el juego a lo invisible y a lo posible en cada uno.

Y es la riqueza de experiencias la que produce riqueza en los cerebros y brinda a las potencialidades latentes la oportunidad de desplegarse.