En estos días estamos todos sorprendidos y hasta fascinados por la historia del barco Ever Given encallado en el Canal de Suez.

Monstruo marino del tamaño de cuatro canchas de fútbol, lleva apilados en su cubierta 20.000 contenedores.
¿Y qué pasó que no pudo atravesar el canal? Las hipótesis son muchas. Algunos expertos sostienen que los barcos se están construyendo cada vez de mayor tamaño y las estructuras preexistentes no alcanzan a acompañar ese crecimiento.

Los ingenieros navales, los economistas y los abogados están calculando los costos enormes de este incidente. Se habla de seguros, de pérdidas por el retraso de los otros barcos que no pueden pasar, hasta del aumento del petróleo.

En otro plano se hacen un picnic los humoristas gráficos y por supuesto los simples mortales creadores de memes.

Claro, salvo que seamos navegantes habituales, la mayoría de nosotros no usamos el verbo encallar. Y sin embargo en nuestra vida, en nuestros afectos, en nuestros proyectos nos pasa con frecuencia quedar encallados, a veces de modos tan brutales y costosos como el del Ever Given.

Hay tantas palabras parecidas, estar bloqueado, trabado, atrapado, encerrado, todas las emociones ligadas a no poder avanzar…

Pero en este caso hay algo diferente. No se trata sólo de lo que nos pasa, sino de tomar en cuenta la relación con el entorno, con lo que no está en nuestro poder, y con las posibilidades reales de recorrerlo y atravesarlo. Y a veces el obstáculo no es la dimensión del objetivo sino el tamaño de nuestro ego.

Un caso típico. Entrevista de trabajo, ahora por zoom, amplio CV, despliegue de simpatía, exhibición de habilidades, relato extenso de su propia experiencia. No funcionó. Nos cuenta: “No puedo creer que el tipo sea tan inútil que no valoró mi presentación. Yo sé que soy la persona ideal para esa posición”. ¿Cuánto hará falta para desencallar ese ego desmedido y volver a exponerse a ser elegido? Porque si en la próxima se presenta buscando compensar esa afrenta con más arrogancia, va a seguir sin poder navegar la realidad.

Otro personaje: “Se me ocurrió un proyecto brillante y sé que voy a tener éxito”. ¿Evaluó sus posibilidades, sus debilidades, su aplicabilidad?
Se mete de cabeza con su tiempo, su esfuerzo, sus recursos. Pero no entiende porqué los demás no lo ven. Quizá porque no les interesa. Porque no lo necesitan. Porque otros lo hacen mejor. Así de fracaso en fracaso sigue encallado en su frustración por no medir el canal que debe atravesar. Quizá en este caso no sea otra cosa que el canal de cómo comunicarlo. Pero el ego radiante le sigue diciendo: “si no fueran tan tontos se darían cuenta de lo genial que es mi proyecto”. Otro encallado.

Ahora me viene a la mente una historia más intimista, la de dos mujeres contándome una primera cita que fracasó. En los dos casos el hombre en cuestión no las volvió a llamar. Ambas lindas, inteligentes y aparentemente seguras de sí.

Andrea me dice:”lo que pasa es que es un fóbico, seguro que tiene miedo al compromiso. O quizá sea un manipulador que me quiere tener esperando”. Todavía está encallada tratando de entender qué pasó.

Y viene María con el mismo cuento. Le pregunto: ¿y cómo te fue? no me llamó más, me dice. No me puedo resistir de preguntarle: ¿y por qué habrá sido? Qué sé yo, me contesta, parece que no le gusté. María, más realista, atravesó livianamente la situación, y hoy está muy contenta con su nueva pareja.

Nuestro ego grandioso, monstruo que carga con 20.000 contenedores de orgullo, de exigencias, de ofensas por cobrar, es el que nos hace encallar contra la realidad. También nos hace perder la empatía, ya que todo gira alrededor de cómo nos sentimos o lo que deseamos, sin darnos cuenta qué está pasando a nuestro alrededor, en los vínculos que creamos, en lo que otros necesitan.

El Ever Given lo pagó caro, pero tuvo la suerte de que con la ayuda de varias dragas que fueron sacando la arena de alrededor, once remolcadores portuarios y dos poderosos remolcadores marítimos que lo arrastraron, y hasta la luna llena que hizo subir la marea, en una semana lo desencallaron.

Cada uno de nosotros tendrá que evaluar cuánto mide su ego y ver cómo lo va piloteando, ya que no hay dragas ni remolcadores que nos ayuden, una vez que encallamos en nuestras historias de vida.