Si bien esta expresión es común para hablar de cuando, a partir de un pequeño dato de la realidad, nos inventamos una fantasía, la ciencia enseña que ese es el verdadero mecanismo con el que trabaja siempre nuestro cerebro. Creando nuestra propia película.
Percibimos, soñamos, alucinamos, creamos recuerdos y construimos guiones para dar sentido a lo que nos rodea.
Y nuestro cerebro recrea la realidad a partir de nuestras experiencias pasadas y nuestras convicciones.
En realidad percibimos el mundo como una película. El cerebro interpreta lo que ve, ya que los objetos se convierten en imágenes dentro de la mente. Y estas imágenes se guardan con un sistema de códigos, a la manera de los algoritmos.
Hay un mapa interno que recibe y organiza lo que vemos, y el cerebro es como una máquina que fabrica una narración. Así la ficción que se crea es interpretada por nosotros y nos genera una creencia.
Y en general lo que nos contamos a nosotros mismos apunta a encontrar sentido a las cosas y las situaciones. Esto nos pasa a todos, salvo a algunas personas que están enfermas y no encuentran ese sentido, lo que es muy angustiante y enloquecedor.
Esto lo explica detalladamente el neurólogo e investigador francés Lionel Naccache en su último libro “El Cine Interior”.
Naccache da el ejemplo de lo que pasa en una película. Si bien la ilusión de movimiento la brindan los 24 cuadros por segundo de la cámara, es el cerebro el que enhebra esos cuadros incluyendo las imágenes que faltan, haciendo que se vea la escena como una continuidad. O sea que vemos más de lo que nos muestran.
Del mismo modo, en todo lo que percibimos cada día, en cada momento, se produce una narrativa que es una creación natural de nuestro cerebro en busca de sentido.
El tema es que lo no consciente interactúa todo el tiempo con nuestra atención consciente. Y el resultado no es ni totalmente objetivo ni totalmente subjetivo.
Nuestra percepción está alimentada a la vez por nuestro mundo interno y por el mundo externo, y la influencia es recíproca en las dos direcciones.
El resultado es una construcción espontánea de cada uno en cada momento. Por eso todo lo que percibimos nos está hablando de las cosas y también de nosotros mismos.
¿Cuál es el riesgo de darse cuenta de este mecanismo? Que pensemos que si todo está teñido de nuestras experiencias y prejuicios previos, nada de lo que vemos tiene valor de verdad.
O al contrario. Si sólo importa la realidad, y hay que dejar de lado lo que percibimos de ella, dejamos de darnos cuenta que somos parte de esa realidad que nos contiene a todos, parte de una gran red de influencias recíprocas, y lo que cada uno percibe también le da forma a esa realidad.
Conceptos y descubrimientos de la neurociencia que vale la pena conocer y entender, pero que me llevan a una reflexión más ligada a la creatividad y de múltiples aplicaciones en nuestras actividades.
El cine interior me lleva a conectar con algo que hoy está en el candelero y que nos invita a formarnos en esa habilidad: el storytelling o la capacidad de contar historias de modo inspirador para otros.
Y, oh sorpresa, el storytelling termina siendo un derivado sofisticado y entrenado de nuestro cine interior.
Si el storytelling es el arte de contar historias que hablan de personajes y ambientes con el que otros pueden conectarse a nivel emocional, el secreto del éxito de una historia será ampliar y profundizar cada vez más tanto la conexión con lo que percibimos de nuestro interior como con lo que vemos a nuestro alrededor, compaginando esa sintonía en una narración.
No nos sirve recorrer solamente nuestras vivencias, sentimientos y recuerdos, pero tampoco nos sirve tratar de adivinar o copiar todo lo que vemos afuera.
El arte, como en todas las artes y experiencias creativas, será el talento para explorar y ampliar nuestro mundo interior y al vez desarrollar una observación atenta e intuitiva de lo que está pasando alrededor.
Así contaremos las mejores historias, las que nos llevan al encuentro con los otros y les generan resonancias e inspiración. También emociones y motivación.
Y ese storytelling no aparece sólo como recurso publicitario, sino que es la base de la escritura, las artes plásticas, la música. Terrenos en que lo esencial es el encuentro entre nuestra subjetividad y la de los otros, haciendo que lo que contamos y mostramos tenga sentido para muchos más.
De esta manera nos soñamos unos a los otros y soñamos el mundo en el que vivimos, que se hace realidad gracias a la coincidencia entre nuestros sueños.