En los últimos años, varios textos –en particular el best seller Blink (El arte de Pensar sin Pensar) de Malcolm Gladwell– relatan investigaciones empíricas y estadísticas acerca de la capacidad de predicción del pensamiento intuitivo. Este autor analiza también la empatía como instrumento de comunicación.
Gladwell presenta múltiples ejemplos. En uno de ellos relata cómo un grupo de científicos fue convocado para legitimar la autenticidad de una escultura griega comprada por un millonario norteamericano, a través del carbono 14 y otras técnicas de laboratorio. Los estudios confirmaron la autenticidad de la pieza.
Luego convocaron a un experto en arte, un connaisseur, que la miró de arriba abajo y dijo: “Hay algo en su mirada que no me va. Espero que no hayan pagado por esto”. La estatua resultó ser falsa. Ese especialista contó que no sabía explicar lo que le sucedía, pero que sentía un intenso malestar físico frente a una obra falsa.
Otros expertos también relatan que, antes de hacer la evaluación de una obra, suelen pedir que la mantengan cubierta con un paño hasta que ellos se instalen en el estado mental adecuado, y luego la descubran en un solo movimiento para tener una impresión totalizadora del clima emocional que la obra transmite.
Y esto sigue siendo cierto cada vez que necesitamos evaluar personas, hechos o contextos. Dice Malcolm Gladwell: “El estado mental es el factor esencial en la toma acertada de decisiones”. Esto quiere decir que ni los conocimientos ni la experiencia, por sí solos, son suficientes para comprender una situación en su totalidad.
Por eso, es conveniente diseñar e implementar algún recurso propio que nos permita limpiar la red del exceso de información y preconceptos que habitualmente la empañan. Disponerse a ver y escuchar con la mente libre de interferencias.
La lectura de un poema, la respiración profunda, algunos minutos de relajación pueden operar a la manera del helado de limón entre plato y plato para el paladar del gourmet, otro connaisseur.
Se trata sobre la red humana, con la empatía e intuición.
Sabios, videntes, gurúes, algunos viejos amigos o jóvenes sensibles detectan lo que nos pasa sin necesidad de contarlo. Más aún, parecen conocer nuestro carácter y hasta nuestras preocupaciones. ¿Cómo lo hacen? Se ofrecen como caja de resonancia dejando en suspenso la atención. Al estar la mente y el cuerpo en atención flotante, y su persona presente, nos descifran como una totalidad y se produce la verdadera comprensión.
Freud afirmaba que la empatía era una forma de conocimiento que se había perdido en la historia del desarrollo de la humanidad a favor de otras formas más racionales, basadas en la observación y la comprensión intelectual.
Más adelante, otro estudioso de la personalidad, el austro-norteamericano Heinz Kohut, afirmó que en realidad cada uno de nosotros, en su primera infancia, conoce el mundo de modo empático y luego reprime esa capacidad, porque se le superponen otras funciones más objetivas de comprensión de la realidad. Pero nos enseña también que en determinadas condiciones se puede dejar en suspenso el conocimiento racional y permitir que vuelva a fluir el conocimiento empático.
Por otra parte, la empatía y la intuición, al ser formas de aprehensión inmediata, son más veloces que el razonamiento, y esto las hace tan adecuadas a la velocidad del mundo actual. Por eso, aun si contamos con períodos breves para responder, siempre conviene dedicar un primer momento a dejar operar la función red, que sirve para percibir alternativas, antes de activar la observación lineal, que es la que solemos usar en el momento de actuar.
Pero ¿podemos confiar en la intuición y en la empatía?, ¿en qué circunstancias?
Algunos dirán que es peligroso confiar en una primera impresión, que hay que tomarse el tiempo para explorar y analizar a las personas y los hechos. Y esto no deja de ser cierto. Pero lo notable es que, cuando nos equivocamos en nuestra percepción inicial, no es por haber dejado actuar a la intuición, sino porque no hemos sabido desactivar nuestros prejuicios y preconceptos al enfrentarnos a algo o a alguien nuevo.
El Pensamiento en Red descubre, legitima y promueve el funcionamiento intuitivo y empático como forma inmediata de observación y conocimiento, al no descalificarlo como un residuo marginal del pensamiento lógico ni adherir a una concepción mística que trascienda las fronteras de lo comprensible. Junto a la comprensión lógica, el
Pensamiento en Red integra lo inconsciente, el cuerpo y las emociones.