Hace un tiempo tuve la oportunidad de viajar a Israel y de conocer el Taglit Innovation Center, en la ciudad de Tel Aviv. Los avances tecnológicos de ese país son impactantes, pero entre las múltiples y fascinantes novedades, me llamaron la atención las que aplican a la superación de personas con algún tipo de discapacidad. Es cautivante y ejemplar la visión de esta cultura enfocada en la salud y, especialmente, en la inclusión.
Una mujer joven muy profesional y entusiasta nos recibió, e iniciamos el recorrido por varios espacios en los que nos mostró los dispositivos de avanzada. En la esquina de uno de los salones nos encontramos con una silla de ruedas de desplazamiento vertical, en la que la estructura podía sostener a una persona como si estuviera de pie.
Nuestra guía nos enumeró las ventajas del invento: mayor facilidad de desplazamiento en espacios reducidos, circulación entre las personas en una reunión. Y había más, argumentos médicos y fisiológicos. Mejora de la circulación sanguínea, el funcionamiento cardíaco y los procesos digestivos, al no estar con el cuerpo plegado tantas horas por día.
Hasta ahí fascinante, claro y criterioso. No necesitaba más para convencerme de los beneficios del mecanismo. Pero el impacto emocional llegó con el cierre de la explicación: “Lo más importante es que en este tipo de dispositivo, la persona, en vez de mirar a los otros desde abajo, puede mirarlos a los ojos de igual a igual”.
Esas últimas palabras de la guía me develaron el verdadero sentido de este invento. El cuidado de la salud física estaba previsto y era clave, pero la autonomía y la posibilidad de interactuar de igual a igual también estaban contempladas, brindando una oportunidad de superación basada en la autoestima.
Hasta hace algunos años se empleaba el término integración para hablar de personas con “capacidades diferentes”, y el objetivo era adaptarlas al sistema. Hoy ese concepto fue reemplazado por el de inclusión. Según la UNESCO, “la inclusión es un enfoque que responde positivamente a la diversidad de las personas y a las diferencias individuales, entendiendo que la diversidad no es un problema, sino una oportunidad para el enriquecimiento de la sociedad”.
Me di cuenta que el modelo innovador que estaba viendo dejaba atrás el concepto de integración para dar lugar a una genuina inclusión. Con esta silla, no se le exige a la persona encajar en la sociedad, sino que se la invita a participar activamente y de un modo flexible en un contexto dinámico en el que la adaptación es recíproca.
Si la integración era un concepto lineal, con el fin de adaptar al diferente a lo pre existente, la inclusión, al desafiar a todo el sistema, es un concepto de red. El pensamiento complejo y asociativo implica también cuestionar y desactivar preconceptos y prejuicios.
Además, la construcción de una sociedad inclusiva requiere entramar actores de variados campos: la investigación científica, el desarrollo tecnológico, la economía, el modelo de pensamiento y la cultura. Y a mayor diversidad, serán necesarios más creatividad, ingenio y soluciones innovadoras.
Hoy las personas con discapacidad se plantean un futuro profesional, rompiendo la anacrónica tradición que los relacionaba con la inactividad y la dependencia. A su vez, las nuevas tecnologías les permiten desempeñarse en puestos de trabajo de los que hace años estaban prácticamente excluidas. Estas adaptaciones disminuyen las dificultades derivadas de la movilidad, la audición o la visión reducidas, posibilitándoles utilizar gran parte de su potencial.
Pero si bien estas personas pueden necesitar apoyo para participar plenamente en sus comunidades, éste debe facilitar la autonomía en lugar de sostener la dependencia. Y a la vez, respetar los deseos, habilidades y elecciones de cada uno.
Sin duda, la inclusión es necesaria para las personas con discapacidad, pero también abarca a los que podrían ser excluidos por género, edad, diversidad racial, sexual, intelectual…
El verdadero desafío de la sociedad será la disposición para facilitar la inclusión de personas muy diversas, reconociendo sus capacidades y la verdadera vocación de superación y resiliencia de cada uno.
Allí donde se conectan las aptitudes de adaptación de cada sociedad con las habilidades únicas de cada persona, se genera un espacio de encuentro e intercambio cada vez más amplio y expansivo.
Tenemos la oportunidad de incluirnos mutuamente y de crear una red conectiva y vital con potencial para crecer. Podemos ser diferentes y diversos, y mirar a los ojos de igual a igual.