Vivía en la ciudad de Damasco con su mujer y sus siete hijos. Mi abuelo Joseph era sirio, abogado y fue Juez de Paz en su ciudad. Pero como necesitaba mantener una familia numerosa, creó un negocio de importación de telas, casimires de Inglaterra y Escocia para confeccionar trajes de hombre.
En esa época Siria y Líbano, como la mayoría de los países de Medio Oriente, formaban parte del Imperio Otomano.
Durante la Primera Guerra Mundial los turcos se asociaron con los alemanes en contra de los Aliados. Situación complicada para los sirios porque gran parte de los movimientos independentistas árabes apoyaban a los Aliados, quienes se habían comprometido a ayudarlos. Promesa que, como todos sabemos, no cumplieron.
Corría el año 1917 cuando mi abuelo había invertido todo su capital en una gran cantidad de telas. Y un día, desde un avión inglés, cayó una bomba sobre el tren que las llevaba a Damasco. Todo lo que había comprado se incendió y perdió su inversión.
Esa tarde llegó a su casa, habló con su mujer, y le dijo: “Hoy es un día muy especial, necesito que prepares una mesa de fiesta”.
Mi abuela preparó, como se usaba en la época, el mantel de hilo, las copas de cristal, los platos con borde dorado y las servilletas que ella misma había bordado para su ajuar.
Y esa noche cuando se sentaron a la mesa su mujer y sus siete chicos, mi abuelo les contó: “Hoy es un día de celebración, porque esta tarde una bomba estuvo a punto de caer sobre nuestra casa. Afortunadamente, no sabemos qué fue lo que la desplazó —si el azar, si la mala puntería, si alguien en el cielo—, pero cayó solamente sobre un tren lleno de telas. Así que hoy tenemos que brindar por el privilegio de estar juntos, por estar sanos, por estar vivos”.
Ese señor nunca había escuchado hablar de la palabra resiliencia, de la que tanto hablamos por estos días, pero siempre fue un ejemplo de lo que ese término significa.
Hoy se define la resiliencia como la capacidad de los seres humanos para recuperarse de las situaciones de estrés o las experiencias traumáticas, regresando al estado anterior a la crisis. Y se considera que esta posibilidad no sólo tiene que ver con un rasgo personal, sino que influyen también el soporte de la familia y la comunidad, así como el contexto cultural.
Pero hay más. Nassim Taleb, economista y escritor de origen libanés, otro árabe, en su libro Antifrágil crea el concepto de antifragilidad, como contrario de lo frágil, a aquello que se beneficia de las crisis.
Taleb dice que tanto los sistemas como las personas pueden ser antifrágiles, y que la antifragilidad sería más que resiliencia o robustez. Explica que, así como lo robusto aguanta los choques sin quebrarse, la resiliencia permite retornar al estado anterior. Lo antifrágil, al reaccionar a un contratiempo, genera un exceso de energía superior a la necesaria para resolver esa crisis, utilizando el sobrante para avanzar en nuevos desafíos. Es por eso que se beneficia de los estresores y mejora ante las situaciones traumáticas.
Me gustaría contarles más acerca de mi abuelo Joseph, pero por ahora les diré que trabajó por la independencia de su país, le tocó el exilio en Chipre, llevó a su familia a Italia donde creó una empresa de importación y exportación, y años después volvió a construir un nuevo proyecto en Argentina.