Hace muchos años que doy sesiones y consultoría on line para gente de otros países. Ahora lo hago también con los locales. Varios de ellos ya venían a mi consulta en persona y algún otro llegó recién en plena crisis personal, con su propia versión de la crisis que nos afecta a todos.
Una vez definido el confinamiento obligatorio, no quedó otra alternativa que hacer las sesiones on line, y Whatsapp suele ser una buena opción. Cuando lo propuse algunos creyeron que no iban a soportar hablar sin estar juntos y presentes en un mismo espacio. Sin embargo, una vez vencidos los miedos y prejuicios, les terminó resultando razonablemente natural.
¿Y cómo lo hacemos? Si no nos hemos visto nunca, programamos una o dos sesiones con imagen, a la manera de una primera entrevista, mirándonos a los ojos. Sin embargo, si mantuviéramos ese modo una vez iniciada la terapia, el encuentro se terminaría pareciendo más a una entrevista de trabajo que a una sesión. Hay allí una tensión, un modo de estar sentados, un poco rígidos, a la altura y la distancia adecuadas, pendientes cada uno de la imagen que le devuelve la pantalla, con todo el sistema de control muy activo.
Por eso, en el caso de los pacientes que ya están en terapia, siempre es mejor la sesión sólo con audio. Así tanto el relato verbal del paciente como la disposición empática del terapeuta se activan, sin dependencia de lo visual.
Parece difícil no verse, pero también es cierto que la sesión sin imagen recupera el sentido que tuvo en su origen el uso del diván. Aunque hoy muchos terapeutas, aún de formación psicoanalítica, lo proponemos cada vez menos.
Sin embargo el diván tiene algunas ventajas para facilitar la conexión con los procesos inconscientes. Al estar relajados y no pendientes de las expresiones del otro, se activa la asociación libre de ideas en el paciente. Y también se facilita en el terapeuta la atención flotante, ese modo de atención especializada que deja en suspenso los juicios de valor y el exceso de racionalidad y coherencia del pensamiento.
Si a esto le agregamos que cada uno está en su espacio, quizá relajado en un sillón o acostado en un sofá, el efecto se potencia.
Sin duda se pierde la lectura del lenguaje corporal y facial, pero los matices de la voz, los énfasis, susurros y silencios también dicen mucho acerca de cada uno.
Por eso, si ya se conocen personalmente, o una vez que ya se vieron, va a ser esencial despegarse de la mirada virtual para profundizar en las angustias y conflictos que preocupan al paciente.
La imagen nos atrapa, estableciendo un contacto superficial, casi epidérmico, donde cada uno está mirando cómo se ve su propia expresión, sus pequeños defectos en la piel, si el espacio detrás suyo está desordenado… Y esta observación de cada detalle interrumpe tanto la asociación libre de uno como la atención flotante del otro.
A veces no es fácil para el terapeuta, especialmente si en estos momentos de confinamiento se encuentra trabajando en su casa o en otro ambiente fuera del consultorio habitual. Allí puede ser que se disperse y pierda la conexión empática. Lo mismo le puede pasar cuando tiene que sostener a un paciente que está muy angustiado y cuyas emociones irrumpen violentamente en su sistema de contención.
En esos casos lo que lo puede ayudar es poner en pantalla alguna imagen apacible, por ejemplo un paisaje, para recuperar su atención flotante. Del mismo modo vale indicarle al paciente que se instale en un lugar tranquilo, en una posición relajada y que pueda asegurarse de que no lo van a interrumpir.
Algunos pacientes ponen música de fondo si la casa es pequeña y quieren preservar su intimidad. También el uso de auriculares ayuda, ya que evita los ruidos del entorno y hace que cada uno se conecte más intensamente.
Todos los recursos creativos son bienvenidos, tanto desde el terapeuta como desde el paciente, para lograr acondicionar un ambiente seguro y confortable, que desactive por un rato el estado de alerta y la defensas. Ambiente esencial para que la intuición y la empatía puedan fluir sin condicionamientos y se pueda sostener ese microclima de confianza necesario para que el terapeuta pueda hacer mejor su trabajo y el paciente reciba toda la ayuda que precisa.