Y un día todo cambió. Como un tsunami, la erupción de un volcán, un terremoto, la colisión de un meteorito contra nuestro planeta. Tuvimos miedo, desconcierto, desamparo. Era la pandemia. Pero no pudimos huir, tampoco escondernos ni defendernos. Una sola alternativa, el confinamiento. Y sin fecha de salida.
Sobrevivir en un mundo que nunca imaginamos. Cosas que parecían imposibles de cambiar ya no existen, otras cambiarán o las cambiaremos.
Tratando de darnos ánimo nos llenamos de palabras vitales, desafiantes, energizantes. Oportunidad, nuevo paradigma, reinventarse.
Hay que adaptarse a este nuevo escenario, a estos modos alternativos de trabajar, de relacionarse, de vivir. Pero no hay forma de hacerlo de una vez y de una sola manera, necesitamos ir ajustando sutiles matices. Y hasta las resoluciones más dramáticas e inapelables pueden revertirse en cualquier momento.
El mayor esfuerzo no es aceptar la realidad o encarar los desafíos, sino revisar cada día, a veces cada hora, nuestras formas de adaptarnos. Paradójicamente, el esfuerzo no sirve. Lo que nos hace más aptos para este mundo resbaladizo, es la relajación. Con el cuerpo, las emociones y la red mental laxos para que aparezcan nuevas combinaciones y dinámicas.
Acciones y actitudes que sirvieron en un primer momento ya cumplieron su función y no tiene sentido sostenerlas. Habrá que volver a adecuarse una y otra vez, monitoreando, midiendo, modulando lo que sentimos, lo que pensamos, lo que hacemos.
Pero no se trata de una experiencia individual, estamos todos en el mismo baile y hay que saber moverse, seguir el ritmo, para no colisionar ni quedarse aislado. Para no salirse de la pista.
En nuestro metro cuadrado nos toca estar atentos a los humores y cambios emocionales de los que nos rodean. Cuidando de no invadirnos unos a otros, protegiendo el rinconcito que nos toca, evitando lastimarnos, ya que estamos todos muy sensibles.
Y más allá de nuestra frágil cajita de cristal, seguir pendientes de los movimientos que se van generando alrededor. En comunión con el contexto social, mundial, los riesgos, los aciertos, las tendencias. Percibir en cada momento dónde están los otros y cómo se mueven.
Y estar atentos, decidiendo hacia dónde seguir, qué cuidar, qué temer, dónde encontrar o brindar ayuda.
Como en una danza o tocando un instrumento, con los pies y las manos ágiles, flexibles, retomando cada vez ese equilibrio inestable que representa el movimiento continuo. En puntas de pie o pisando fuerte, con gestos apenas esbozados o con gran despliegue de energía y amplitud.
Los datos de la realidad no nos llegan en una planilla de Excel, sino que andan sueltos por ahí, desordenados y sin etiquetas. Como canta Sabina, “La vida no es un block cuadriculado, sino una golondrina en movimiento, que no vuelve a los nidos del pasado, porque no quiere el viento”.
Con una percepción casi más corporal que mental, registramos lo que está pasando por las tensiones que genera en cada momento en nuestros músculos. Livianos e intuitivos, sólo podemos leer entre líneas.
Pero, a veces la mente lógica nos traiciona e insistimos en seguir el camino lineal que nos habíamos trazado. Apuntando a los objetivos predeterminados, perdemos el registro de las interacciones múltiples que están sucediendo. En esos casos nuestra atención está tan enfocada que llegamos a una visión tubular de la realidad, a mirar el mundo por el ojo de la cerradura.
Condenados a recurrir a un funcionamiento operatorio y eficaz, perdemos la capacidad de procesar la abundancia que nos desafía. Los movimientos armónicos y sutiles se desvanecen y en nuestra rigidez nos volvemos dogmáticos, ciegos ante la realidad y despiadados con los que piensan diferente.
En este escenario incierto, ambiguo, complejo, el sistema operatorio es insuficiente e inadecuado. Hoy precisamos ser más conectivos y asociativos. Integradores, permeables, con inteligencia emocional y social.
Pero más aún, necesitamos hacernos expertos en incertidumbre y capaces de procesar el desconcierto. Ya no alcanza con la experiencia porque lo nuevo no se parece a nada conocido. Lo que sabemos deja de ser útil y se transforma en un obstáculo para descifrar lo que viene.
Como dice Margaret Heffernan, empresaria y escritora, en su nuevo libro Uncharted, Cómo navegar el futuro: “En un entorno que desafía tantos pronósticos, la eficiencia no sólo no nos ayudará, sino que específicamente socava y erosiona nuestra capacidad de adaptación y respuesta”.
¿Y qué es la eficiencia? La linealidad, la lógica pura, el pensamiento operatorio, la necedad de insistir en el camino trazado.
El mandato de ser eficientes nos lleva a la pérdida de la plasticidad mental, emocional, corporal. Por eso, necesitamos sacarnos esa pesada armadura, y acostumbrarnos a entender y procesar la ambigüedad.
Así, libres de ataduras convencionales, estaremos disponibles para la sorpresa, lo disruptivo e inestable, nos atreveremos a experimentar, probar, crear. Podremos desaprender y aprender cosas nuevas. Tolerar el desorden, con menos planificación y más ingenio, que hoy vale más que la eficacia.
Porque las cosas nunca serán exactamente como las planificamos. Y la curiosidad nos acompañará a imaginar posibilidades y alternativas.
En el mundo del trabajo todos estamos cambiando y vamos seguir haciéndolo. Tendremos que desprendernos de viejos modelos y probar nuevas opciones. Algunos cambios serán transitorios y otros definitivos.
Habrá quienes sólo necesiten rediseñarse, transformar los modos de interactuar, de comunicar, de posicionar sus productos o servicios. Esos apenas tendrán que ajustar la coreografía.
Otros tendrán que reinventarse. Y esto hasta puede significar cambiar totalmente de actividad. Ellos deberán aprender otros pasos, escuchar otras músicas, subirse a nuevos escenarios.
En esta danza se entrelazan las líneas rectas de la técnica con las sinuosas y ondulantes de la intuición, la empatía y la creatividad. Los pequeños pasos se intercalan con amplios e intensos desplazamientos, saltos y piruetas.
Es una fusión, en la que la experiencia y los saberes importan, pero también hace falta una gran versatilidad. Y el talento y la audacia para improvisar.
¡A no bloquearse!, todos podemos bailar. Como decía un profesor de danza: “Si usted puede caminar, también puede bailar”. El mundo ha dejado de ser lineal y cada uno de nuestros movimientos contendrá la semilla de lo exponencial.