Ya hablamos del estado de alerta crónico que genera la amenaza del Covid. De cómo perdemos la concentración y estamos tan crispados que nos suceden pequeños y mayores incidentes y accidentes. Ya hablamos también de la hipocondría que hace que ante cualquier síntoma lleguemos a la conclusión de que nos hemos contagiado el virus. También de la hipocondría de los estados de ánimo, en la que vamos pasando por una paleta de emociones inquietantes y nos chequeamos a cada rato para ver cómo nos sentimos.

Pero ahora quiero hablarles de los efectos que está generando la pandemia en la salud mental y de cómo ese daño corre peligro de instalarse como enfermedad individual y social. Porque tu salud mental nos afecta a todos y la salud mental de la sociedad impacta sobre cada uno de nosotros.

Silvia Bentolila, psiquiatra experta en desastres y emergencias sanitarias, define la pandemia como un desastre. Y lo define así: “Lo gestionable en un contexto de desastre es el riesgo, que es la resultante de la interacción entre una amenaza y una población vulnerable”. También nos dice que debemos acercarnos a los que están sufriendo ese trauma, conectándonos con lo que les pasa, apoyando y protegiendo al que está confundido y aturdido por el impacto, ya que le cuesta pensar con claridad.

Claro que por momentos la niebla mental nos está afectando a todos y a cada uno, pero a la vez somos responsables de cuidar a otros que también están padeciendo los efectos tanto de la pandemia como del extraño fenómeno del confinamiento: familia, hijos, equipo de trabajo, comunidad. Lo que quizá no sabíamos es que ayudar a otros nos centra, nos ordena y nos aclara.

Y ayudar y ayudarse no son sólo para aliviar los efectos de la pandemia, sino para prevenir que ciertos estados emocionales y mentales se prolonguen en el tiempo generando depresiones, crisis de pánico, dificultad para relacionarse, adicción al alcohol y a los psicofármacos. 

En cada persona esta situación inesperada, angustiante y con resultado incierto, se nos aparece como una experiencia traumática. Y a pesar de las vacunas y algunos logros, los retrasos y retrocesos están impidiendo avizorar el final de túnel.

¿Y cómo proteger nuestra salud mental y la de los otros? No me digan que la de los otros no les importa, porque nadie quiere estar rodeado de enfermos psíquicos, ni entre sus seres queridos ni tampoco en su entorno más amplio. Por eso tenemos que estar atentos y no dejar de percibir lo que están viviendo y sintiendo los que nos rodean, mirar más allá hacia el contexto global, y a la vez mirarnos hacia adentro para detectar y explorar nuestras emociones y pensamientos, los momentos de autoengaño y los de lucidez.

La pandemia no se parece a una inundación ni a un terremoto, ya que la llevamos puesta y la trasladamos de un lugar a otro, y de una persona a otra. Eso produce angustia y culpa, pero requiere también de cuidado y responsabilidad. También darnos cuenta de que para recuperarnos vamos a transitar varios niveles de duelo. La pérdida de un ser querido, las pérdidas materiales, los vínculos que se dañan o se quiebran, el duelo colectivo de la comunidad, el país y el mundo.

A mi alrededor, vengo escuchando desde quejas por las limitaciones de la vida social hasta tragedias personales difíciles de superar. El hombre que en un año perdió a su padre, dejó de ver a sus hijos durante meses y cerró su negocio. La mujer que tuvo a sus mellizos sola y aislada en la clínica. Los adultos mayores que se quedaron sin la presencia y el abrazo de los suyos.

¿Y cómo estar menos locos? Ante la incertidumbre lo mejor es adueñarnos de aquello sobre lo que podemos tener algún control. Eso nos hace sentirnos menos a la deriva y nos proporciona una vivencia de libertad, dentro de tanto condicionamiento. En este contexto, cosas que parecen menores son las que protegen nuestra salud mental. Hacer ejercicio, cuidar lo que comemos, armar rutinas, hacer alguna actividad manual como la huerta o la cocina, leer, escuchar música y, si nos animamos, también cantar y bailar.

Detectar las cosas que podemos controlar, apropiandonos de la mayor cantidad de variables posible, es la única salida ante la impotencia y el sentimiento de vulnerabilidad y descontrol. Y es a la vez una vacuna para preservar la salud mental, evitando enloquecer cada día y previniendo daños a futuro.