¿Cómo definir en pocas palabras qué son las redes vivas? En los últimos años se publicaron diversos libros y artículos que explican los modos en que se organizan los grupos y las comunidades. Los investigadores de las redes sociales descubrieron que hay patrones que se replican en la forma en que las personas se conectan entre sí. 

La ciencia de las redes, heredera de la física y la sociología, nos enseña que existen dinámicas que las definen y estrategias para crearlas y gestionarlas.

A su vez, la neurociencia viene revelando la manera en que se ensamblan las redes neuronales. Se habla de plasticidad neuronal y de cómo, a partir de cada nueva experiencia o acontecimiento, se activan diferentes circuitos en el cerebro.

En ambos casos dinámica de las redes vivas.

Por su lado, el psicoanálisis ya conocía el modelo que explicaba cómo el pensamiento se construía en forma de redes. Formales y predecibles del pensamiento lógico, ordenado y secuencial. Azarosas e informales las que dan lugar a la intuición, la empatía, la creatividad y el sentido del humor.

Lo asombroso resultó ser que las neuronas, las ideas, las personas y las organizaciones se conectan y activan de modos muy similares. Hoy se sabe que todos los sistemas vivos se comportan como redes, con dos tipos de conexiones, llamadas lazos fuertes y lazos débiles. Los lazos fuertes son formales y previsibles, y los débiles, informales y azarosos.

Albert Laszlo Barabasi, el físico de las redes, afirma en su libro Linked, que el descubrimiento de que tanto los sistemas vivos como las personas en una sociedad funcionan como redes complejas, que incluyen el orden y lo aleatorio, no es una revolución sino una revelación. Esto siempre fue así pero no lo sabíamos.

Pero hay más. Hoy sabemos que las interacciones con otras personas cablean el cerebro diseñando nuevos circuitos neuronales. A la vez, las conexiones múltiples y variadas entre ideas nos hacen más aptos para generar nuevos vínculos y relacionarnos asociativamente. Casi se podría decir que esta doble vía es la base de la co-creación y la innovación abierta.

Cuando incorporamos una idea original, la mente activa nuevas conexiones. Y lo mismo sucede con las relaciones entre las personas. Al interactuar con alguien nuevo, no sólo se ampliará la red de nuestros contactos, sino también la trama de nuestras ideas.

Imaginemos un grupo de cuatro o cinco parejas que se reúnen habitualmente a cenar en casa de una de ellas. Tienen mucho en común, se conocen hace tiempo, comparten varios temas de conversación. Esa tarde, un miembro del grupo llama al anfitrión: “Ayer llegó mi hermano, el ingeniero hidráulico que vive en Ámsterdam. ¿Lo puedo invitar a la cena?”. El invitado resulta ser alguien interesante, que ha vivido experiencias desconocidas para los integrantes del grupo.

Esa noche se hablará de otros temas, y algunos contarán experiencias o mostrarán conocimientos que los otros desconocían. Surgirán nombres e historias de amigos en común. La dinámica del evento cambiará y cada uno volverá a su casa pensando cosas nuevas. 

¿Cómo explica esto la ciencia de las redes? Con un teorema. Cada vez que a una red de lazos predecibles se le agrega un lazo azaroso, aumenta la conectividad de toda la red. Y esto sucede en la mente y también en los vínculos.

Imaginemos ahora que un equipo de profesionales decide crear una red que los integre y pueda convocar a otros de la misma especialidad. O que una empresa se proponga crear la red de clientes con el objetivo de ampliar su presencia en el mercado.

En este caso se están eligiendo los nodos que van a ser parte de esa red y también el eje que los conecta. Lo que van a obtener es un círculo de lazos predeterminados que representan los objetivos compartidos y fortalecen la red. Pero para ser una genuina red viva, se necesita detectar otras afinidades imprevistas, por fuera del denominador común. Un deporte, un hobby, algún interés que promueva otras interacciones. Esos lazos informales agregan valor, ya que aportarán a la red dinamismo, diversidad y, lo más interesante, expansión.

Otro elemento clave de las redes vivas son los hubs o grandes conectores. Nodos que atraen y distribuyen gran cantidad de conexiones. Aquellos que en la vida social o laboral convocan a otros y los conectan entre sí. Y aquí otro teorema. Los hubs acortan la distancia entre todos los otros nodos. Esto quiere decir que facilitan que personas que no se conocían puedan encontrarse e interactuar.

Todos conocemos a aquellos que, por intuición, vocación, talento y oportunidades, viven y trabajan naturalmente en red. Desarrollan intereses y experiencias en múltiples áreas, y les interesa participar y colaborar.

¿Y existen hubs también en el plano mental? Sí, allí los hubs son los conocimientos y experiencias de calidad que sirven de articulador para conectar y procesar las nuevas ideas.

Por definición, las redes vivas son sistemas abiertos que se caracterizan por el contagio, la autoorganización y la viralización.

Pero el rasgo más notable de la dinámica de las redes es el llamado tipping point o punto de inflexión. Un sistema viene creciendo de manera lineal, y parece que nada está ocurriendo. Y en un momento inesperado, se dispara la propagación acelerada y expansiva, el crecimiento exponencial.

Estamos rodeados de fenómenos exponenciales, y es esencial conocer la dinámica de las redes vivas para poder intervenir en ellas. A veces con el objetivo de hacerlas colapsar y otras para facilitar su expansión.

En una epidemia, por ejemplo, el contagio sucede al comienzo de modo gradual, pero a medida que aumentan los casos la transmisión se multiplica. Debido al nivel de conectividad que existe entre las personas y las comunidades, más allá de estudiar las características de un virus, los expertos necesitarán investigar las redes de contactos.

Por eso, el modo de desarticular la red de contagios es aislar el núcleo, el primer círculo, impidiendo que se incorporen nuevos contactos. También detectar a los hubs, los nodos más activos que difunden el virus o bacteria en cuestión. Y lo mismo aplica a las redes terroristas o a las redes de tráfico. Habrá que investigar cuáles lazos y nodos hay que desactivar para hacerlos colapsar.

Al contrario, cuando se necesita difundir una idea, un producto, un proyecto, o promover un candidato político, se busca generar el efecto exponencial. Y aquí entran a jugar las nuevas herramientas virtuales. Lo digital ya no es sólo un modelo tecnológico sino un nuevo paradigma acelerador de todos los fenómenos. Hoy las redes sociales se viralizan a una velocidad que antes no conocíamos, con una dinámica de boca a boca en una dimensión descomunal. Y esto se puede replicar en cada persona y su propósito.

¿Si soy un joven emprendedor que quiere tener éxito, un vintage millennial que necesita seguir vigente, un ciudadano de a pie que cree que tiene algo valioso para compartir y difundir?

Tendré que evolucionar en mi modo de pensar, y aprender a generar conexiones inéditas entre personas, proyectos y recursos. Y abrirme a crear nuevas relaciones por fuera de mis círculos cercanos, activando la diversidad y los encuentros inesperados. Convocar a los conectores, esos que saben contagiar ideas y conectar personas. Desplegar la intuición para leer entre líneas el contexto, y la empatía para sintonizar con los que me rodean.Así, cuando pensamos y trabajamos en red nos abrimos a la posibilidad de que el tipping point nos sorprenda, y nos invite a participar del prodigio de lo exponencial.