Siempre ando en la búsqueda y voy descubriendo lugares muy personales y a la vez totalmente públicos en los que uno se siente libre. Los bares, los parques, las bibliotecas me llevan a ese mundo intermedio en donde se me ocurren nuevas ideas y pasan cosas inesperadas.

 Espacios abiertos y compartidos que se nutren de los pensamientos secretos de cada uno. Fuente de creatividad, pero especialmente de inspiración. Es adentro y es afuera, solos y acompañados, mirando y escuchando a otras personas. Ahora descubro que hay una teoría que los describe y los explica.

Ray Oldenburg, sociólogo urbano, viene investigando el comportamiento de las comunidades, personas, parejas y grupos en las grandes ciudades. Y desarrolla su hipótesis a partir del concepto de Tercer Espacio. Distingue entre el primer espacio, nuestra casa y el segundo espacio, el ámbito de trabajo. Entre ambos, el tercer espacio sería aquél en el que la gente puede encontrarse, reunirse y relacionarse de manera informal.

El experto afirma que estos lugares son esenciales para la vida pública, argumentando que las cafeterías, librerías, ferias y otros terceros espacios son fundamentales para la salud mental de las personas, así como para la vitalidad de la comunidad.

Sin embargo, este concepto no es nuevo. Desde la antigüedad en la medicina se llamó tercer espacio al espacio intercelular, el que se encuentra entre las células del cuerpo. Es esencial porque permite que las células intercambien información y sustancias, gracias a ese fluido que las envuelve y conecta.

Años después de que la medicina definiera el tercer espacio, apareció en las artes un concepto también intersticial pero ligado a la creatividad.

Diversos artistas descubrieron que hay un espacio, en realidad un estado, entre la vigilia y el sueño donde uno es más creativo y en el que se le ocurren ideas originales. A partir de esta revelación, empezaron a jugar generando algunas herramientas para activar ese estado entre el estar despierto y el dormir.

Es notable como con frecuencia son los artistas los que realizan descubrimientos antes que los científicos, y lo hacen gracias a una exploración intuitiva. Después, los científicos retomamos estas experiencias ricas de significado y con ellas hacemos investigaciones y teorías, escribimos papers y libros. Así fue que los neurólogos le pusieron nombre científico a ese tercer estado, lo llamaron estado hipnagógico.

Uno de los ejemplos de la activación y del uso de ese espacio fue Salvador Dalí, el gran artista catalán. ¿Qué hacía Dalí? Después de almorzar y antes de ponerse a trabajar, bien al estilo español, dormía su siesta. Se sentaba en un sillón, a cada lado colocaba en el piso un plato de metal y en cada mano tomaba una cuchara. Se recostaba, cerraba los ojos y se disponía a dormir. Al empezar a dormitar, poco a poco se iba relajando. Y en el momento de máxima relajación, cuando pasaba del estado de vigilia al sueño, las manos se abrían, caían las cucharas sobre los platos, el ruido lo despertaba y entonces tomaba nota de las ideas que se le ocurrían. Gran parte de sus cuadros fueron creados con inspiraciones surgidas durante ese espacio-tiempo del estado hipnagógico.

Esta técnica le permitía navegar entre el sueño y la vigila en un plano intermedio que activaba cada tarde. Durante esos escasos minutos su mente estaba más fluida y asociativa que nunca.

Más adelante, el ilustre psicoanalista inglés Donald Winnicott creó el término de Espacio Transicional como otro concepto de Tercer Espacio. Lo definía como un área activa y flexible entre el yo y el otro, entre el mundo interior y la realidad compartida. Y allí ubicó a la creatividad, el arte, la literatura, la construcción de vínculos y el despliegue de los logros culturales de la humanidad.

A partir de entonces las diferentes miradas ubicaron alternativamente al Tercer Espacio como un espacio físico, mental o compartido.

Para la misma época, el antropólogo francés Jean Duvignaud explicó el sentido de los terceros espacios o espacios transicionales en las comunidades. Afirmó que, además de los lugares donde trabajamos y somos productivos, donde generamos ciencia, conocimiento y aprendizaje, existen espacios compartidos de juego, encuentro y celebración, con un significado esencial para el progreso de la humanidad.

Detalló que esos momentos inesperados, sin ninguna utilidad evidente, hacen que las personas se conecten, facilitan que surjan experiencias placenteras, interesantes y potencialmente creativas.

Lo novedoso del planteo de Duvignaud es que opina que el progreso de una civilización no tiene relación con la industria, la productividad, ni la ciencia, sino con ese espacio inefable e intangible.

Sostiene que, si bien la eficacia y la funcionalidad aparentan ser los pilares del progreso, el motor de los cambios culturales se ocultaría en fuentes más sutiles y secretas, la improvisación y la creatividad.

Volvamos ahora al modelo de Ray Oldenburg. Aquí el sociólogo marca la diferencia con lugares como un club o una comunidad, en los que todos se conocen y tienen algún denominador común, un círculo relativamente cerrado.

Por el contrario, define estos ámbitos de encuentro e interacción como redes vivas abiertas a la diversidad. Un bar, una biblioteca, un centro cultural, un parque.

También pueden considerarse cercanos a esta experiencia los lugares de cowork, en los que las personas se encuentran trabajando junto a otras sin conocerse, pero compartiendo un espacio común que los invita a interactuar.

Oldenburg explica que estos espacios son generadores de vínculos y especialmente de innovación. Pero más aún, destaca que, además de un lugar físico, real y concreto por donde uno puede circular, el Tercer Espacio es un lugar mental. Un lugar interno de cada uno, donde se está dispuesto, disponible, interesado en interactuar, en escuchar a otras personas, en mirar situaciones nuevas, en inspirarse en lo que pasa alrededor, expuesto a la serendipia.

El Tercer Espacio sería ese en el que nos sentimos libres, porque no es de nadie y es de todos y de cada uno. Y cada uno se siente a la vez recibido como invitado y dueño del lugar.