Los instrumentos que utilizamos tanto para navegar la red como para retejerla o desanudarla son la asociación libre de ideas, la atención flotante y la empatía.

Estas herramientas han sido utilizadas con distintos nombres y en diferentes épocas por diversas disciplinas y han adquirido identidad como instrumentos de la terapia psicoanalítica, pero su valor se extiende más allá de esas fronteras, como modos de exploración de la mente y del mundo.

La asociación libre de ideas multiplica la conectividad en el interior de la mente, extiende los alcances de la reflexión dirigida hacia una exploración más amplia del propio pensamiento. Allí las ideas fluyen libremente, se conectan de infinitos modos, más allá de la lógica, la causalidad, la secuencia temporal. Las ideas conscientes se nutren de las ideas e imágenes inconscientes, lo actual entra en sintonía con recuerdos, experiencias y saberes olvidados. Esta libertad de combinaciones infinitas es la característica del pensamiento creativo.

De hecho, el entrenamiento llamado brainstorming, que consiste en reunirse a proponer ideas sin orden, lógica ni censura, es una herramienta de asociación libre de ideas que se usa hace tiempo en los grupos de trabajo, como modo de activar la colaboración creativa.

La atención flotante, por su parte, activa la apertura hacia el afuera, es una antena hacia el mundo y los otros, diferente de la observación o atención focalizada.

En ese estado opera la intuición como forma inmediata de conocimiento, y genera una aprehensión totalizadora y no parcializada, ya que incluye climas emocionales, signos gestuales y datos implícitos.

Cuando decimos “estar atento” nos referimos a la atención focalizada, derivada del pensamiento lineal. Ese tipo de atención, que reclama exclusividad, puede llegar hasta una visión en túnel de la realidad. Es como ver el mundo a través del ojo de una cerradura.

En cambio la atención flotante, característica del Pensamiento en Red, es una experiencia abarcativa y, por lo tanto, una forma ampliada de registro de oportunidades.

Por otra parte, cuando la asociación libre de ideas y la atención flotante se activan en el diálogo con el otro, predisponen a la empatía, la capacidad de entrar en sintonía con las otras personas. Y este es el modo más genuino de comunicación, ya que no necesita forzar afinidades intencionales o alianzas interesadas.

Si bien todos sentimos que las interrupciones atentan contra los estados creativos, la inclusión relajada de otras fuentes de inspiración los activa y enriquece. Cuando estamos demasiado concentrados en un tema, salir a recorrer la ciudad, intercalar un diálogo trivial con otro, observar a la gente y la naturaleza, escuchar música, amplían nuestra red.

Algunas personas muy imaginativas tienden a aislarse para crear. Esto los aleja de percibir las corrientes de interés que circulan en un determinado momento, y a veces de tener éxito con su obra, que ya no refleja a nadie más que a ellos mismos.

Otros intentan averiguar qué les conviene producir para satisfacer una demanda, pero pierden contacto con la fuente interior de su creatividad y solo pueden imitar lo que ya existe.

Nicolás, productor discográfico, me cuenta su experiencia con los músicos de rock. Están aquellos muy talentosos que no llegan a ser reconocidos porque son tan egocéntricos que el público no alcanza a comprenderlos.

Otros que solo buscan imitar modas, escuchando todo lo nuevo que se edita, y con esto apenas logran estar actualizados, es decir, un paso atrás de lo novedoso.

Los grandes músicos, en cambio, son aquellos que descubren y a la vez crean una nueva tendencia. No buscan linealmente lo que “funciona” en ese momento en el mercado, sino que navegan las corrientes sociales y culturales, incorporando ideas desde diversas fuentes. No están conectados sólo con el ambiente de la música, sino que circulan entre su mente creativa y el mundo. Ellos son la verdadera vanguardia, aquella que es a la vez original y trascendente.

Por eso, cuando un artista trabaja en red se genera una evolución conjunta de la civilización y del artista. Y solo cuando nos sumergimos en el “ruido de la vida” en estado de apertura, crear y lograr el reconocimiento de los otros serán parte de una misma experiencia.

A veces, bloqueados en busca de nuevas ideas, abrimos un libro al azar, en cualquier página, y encontramos la frase que nos ilumina. Enredados en una situación vital aparentemente sin salida, cambiar el tipo de música que escuchamos puede mostrarnos un camino, ya que, si uno quiere cambiar el guión de su vida, ¿por qué no empezar por la banda sonora?

Cambiar de lugar los muebles y objetos que utilizamos, mudarnos a otro espacio, “viajar” por la ciudad también inician el movimiento de apertura. Aquí se trata de cambiar la escenografía para transformar el guión.

Además, la focalización no sólo estrecha la percepción e impide encontrar opciones creativas, sino que nos somete al estrés. Peor aún, nos deja sin recursos ante un desafío inesperado. El exceso de concentración en una tarea puede ser fuente de errores y accidentes.

Un ejemplo de la visión en red es el de aquel aspirante a piloto de líneas aéreas que enfrenta una entrevista de admisión con el jefe de pilotos de una aerolínea. Se sientan frente a frente ante un escritorio, y el jefe comienza el interrogatorio sobre procedimientos de emergencia.

“¿Qué hace usted si se le enciende una luz roja intermitente a la derecha del tablero?”. Respuesta precisa y contundente. “¿Y qué hace si le aparece humo en un motor del ala izquierda?”. Respuesta correcta, el candidato conocía de memoria todo el manual. Se muestra alerta y concentrado en las preguntas que recibe, y tiene a flor de labios las respuestas que preparó para el examen.

En un momento, una atractiva azafata abre la puerta, pide disculpas, se lleva una carpeta y vuelve a salir. El piloto se distrae por un momento para mirarla, y cuando se recupera, se ruboriza, comienza a transpirar, y le dice a su examinador: “Discúlpeme, no escuché la pregunta”. Ya da su entrevista por perdida, cuando el jefe de pilotos le dice: “Lo felicito, usted ha sido admitido. Un piloto responsable jamás debe estar tan absorbido por un problema que no pueda percibir alguna otra eventualidad”. Más adelante le confesaría que esa era una trampa que solía tender habitualmente a los novatos.

Restaurante tradicional, mesa de doce personas, se acerca ese mozo profesional, con años de experiencia. Cada uno pide un plato diferente, él no anota nada. Un rato después, sirve a cada uno el pedido sin equivocarse. Probablemente no esté enterado de que en su tarea utiliza la conexión en red entre la parte de su cerebro que registra las caras y la que toma nota de las palabras. Tampoco sabe que es la atención flotante la que le permite ver una mano levantada entre la marea de mesas.

Esa capacidad de estar inmerso en el clima del local es la que también le permite percibir el timing de una conversación por las actitudes corporales, aun si no escucha de qué se está hablando. Un mozo experto no interrumpe para preguntar si se van a servir algo más durante una declaración de amor, ni durante una discusión, ni en el momento en que se cierra un trato importante. Y, cuando llena las copas, lo hace casi como un fantasma.

Bistró moderno, simpática camarera recién entrenada en las consignas formales de cómo servir una mesa. Sin embargo, desconoce el timing, ya que nadie le ha enseñado esa parte esencial de su capacitación. Así, con la mejor voluntad, suele actuar de manera invasiva, acosando a los comensales con preguntas en el momento menos apropiado. Y, en cambio, no los registra cuando la necesitan.

Ni hablar, por supuesto, de los que, sin ningún tipo de entrenamiento, ni lineal ni en red, simplemente no ven nada.

Cuando la asociación libre de ideas y la atención flotante están en plena actividad, predisponen a la sincronicidad.

La sincronicidad, de la que ya nos hablaba el psicoanalista suizo Carl Jung, es la experiencia de encontrar cada vez lo que andábamos buscando, a veces sin saberlo.

Cuando estamos en red, “el universo conspira a nuestro favor”, para usar una expresión de Joseph Jaworski, fundador del Foro Interamericano para el Liderazgo y autor del libro Sincronicidad.

A esta experiencia, los creyentes la llaman pequeño milagro, los creativos la reconocen como sincronicidad y los empresarios, desde siempre, la llaman oportunidad.

Otros han descrito el concepto de serendipia (en inglés serendipity) para referirse al arte de encontrar sin buscar. Un encuentro entre la clarividencia del observador y la casualidad, que ha permitido grandes descubrimientos gracias al azar.

Royston M. Roberts, en su libro Serendipia. Descubrimientos accidentales en la ciencia, nos da numerosos ejemplos de esto.

Relata cómo, debido a un error o a un descuido, pueden aparecer respuestas a problemas que aún no han sido planteados. La solución a estos dilemas adquiere su significado en mentes preparadas para percibir lo no pensado. Entre otros, cuenta el ejemplo de Alexander Fleming, que descubrió la penicilina debido a la contaminación de un cultivo de bacterias con un hongo desconocido.

Y, más acá de los grandes descubrimientos, todos conocemos esos momentos en que las cosas suceden como por arte de magia, en los que todo parece encajar de una manera casi increíble, en que sucesos que no podíamos prever parecen iluminar nuestros proyectos. Y lo notable es que el poder expansivo de una única revelación nos lleva, muchas veces, a redimensionar la totalidad de un proyecto.

Los navegadores de la red, asociación libre y atención flotante, nos instalan en el estado adecuado para percibir las respuestas que están en el universo. En la interfaz de lo interno y lo externo surge la sintonía entre lo que buscamos y lo que encontramos.

Pensar en red es comenzar a vivir y a trabajar con la varita mágica en la mano, a tener el mapa del tesoro escondido.

Por eso, en momentos de desconcierto y bloqueo creativo, es útil instalar nuestra preocupación en la red y desentendernos de ella, a la espera de la sincronicidad.

Al desarticular la observación focalizada, activamos la sintonía con el entorno y comenzamos a prestar atención a las indicaciones que reflejan nuestras preocupaciones e intereses actuales, y los pueden potenciar o respaldar.

La mente en red no solo observa y analiza; también registra los climas, los detalles del entorno, al mismo tiempo que sus propias vivencias. Es capaz de desactivar, en forma transitoria, la memoria, la intención, las explicaciones. También la opinión, el juicio, la censura.

Cuando estamos en red, nos disponemos a reconocer a los otros como potenciales fuentes de inspiración, en lugar de percibirlos como estorbos o competidores.

Una red abierta no se limita al propio equipo u organización, sino que es capaz de interconectar lo de adentro con lo de afuera y lo que está jerárquicamente arriba con lo que está abajo, ya que las redes complejas no tienen centro y sus conexiones son móviles. Así, permiten integrar recursos propios y ajenos, y usar tanto las ideas del gerente como las del cadete. Y, además, deshacer ciertas conexiones agotadas y establecer nuevas.

El Pensamiento en Red opera en tres niveles entramados: integrando el pensamiento intuitivo con el lineal, agregando a la atención focalizada la atención flotante y activando la conexión empática con las ideas y la creatividad de los otros.

De este modo, nuestra conectividad hacia adentro y hacia afuera se multiplica y se expande, y aparece la sincronicidad.