Hoy, en el ámbito del trabajo, se ha comenzado a reconocer y denunciar el mobbing o acoso laboral, y generalmente se atribuye esta actitud a los superiores jerárquicos que abusan del poder que les confiere su cargo, maltratando, humillando y enloqueciendo a su gente.

Sin embargo, es importante comprender que cualquiera puede encarnar  esta función enloquecedora en situaciones determinadas.

Esta función circula como una fuerza de destrucción en la organización, y dado que en distintas circunstancias todos podemos operar como enloquecedores, desde el CEO hasta la secretaria, es necesario detectarla en nuestro interior, en nuestra actitud hacia los otros, en nuestro grupo de trabajo.

El enloquecedor en acción opera a la manera de un depredador y se especializa en destruir las conexiones, tanto de las ideas como de la colaboración creativa de los equipos Y en los casos más graves, puede contaminar a toda la organización.

El enloquecedor puede ser un compañero de trabajo, un jefe o alguien de carácter autoritario o seductor. Cualquier miembro de un grupo puede encarnar la función enloquecedora, o ser víctima de ella.

Sin embargo, por cuestiones de personalidad, existen enloquecedores profesionales. De más está decir que son peligrosos y que conviene detectarlos y neutralizar su poder de disgregación.

Evidentemente, en algunas situaciones se hace necesario cortarles la conexión con el equipo; o, en el peor de los casos, cuando es uno mismo el atrapado en la tela de araña del enloquecedor, solo queda la opción de cortar el lazo y huir.

Claro que, si uno necesita el trabajo, el costo es alto. Pero la pérdida de autoestima, energía y oportunidades que genera este enemigo es tan elevada que, de todos modos, quedarse en esas condiciones es una derrota segura. Con el agregado de que la víctima habrá perdido no solo su tiempo sino también su salud, y con ello las posibilidades de conseguir un nuevo trabajo.

Este  acoso produce no solo enfermedades físicas o psicológicas, sino también deterioro en los vínculos familiares y afectivos, y hasta marginación social.

Con frecuencia, se suele configurar una alianza destructiva entre el enloquecedor y los enloquecidos, y cada actitud del que ejerce la función enloquecedora tiene un efecto preciso en las reacciones de los otros y en el colapso de la red.

El enloquecimiento crónico crea un estado de debilitamiento e impotencia. Las personas y los equipos de trabajo sometidos a estas técnicas de manipulación quedan agotados por la tensión.

Este estado de cosas consume la energía creativa y productiva, que se emplea en los intentos de contrarrestar la función enloquecedora. Se pierden la capacidad de evaluar adecuadamente los propios recursos y la convicción acerca del propio criterio.

Estas condiciones de trabajo multiplican las posibilidades de cometer errores, con el riesgo para las personas y la organización. A su vez, los errores realimentan la autoridad del enloquecedor.

El profeta ahora afirma: “Yo ya sabía que esto iba a suceder”; “Esto es consecuencia de la ineptitud y la falta de criterio”.

El enloquecedor aparenta gran actividad y preocupación por motivar, pero en realidad destruye la red. Por eso es esencial diferenciar la actitud realmente motivadora e inspiradora, del acoso enloquecedor, que aniquila el pensamiento y la cooperación creativa.