¿Y de dónde vienen las mejores fuentes de inspiración? De la naturaleza, la música, la buena literatura y la poesía, las artes visuales, la conversación, el aprendizaje de algo nuevo. 

Si bien estas fuentes son comunes a todos, cada uno deberá encontrar las propias, que tienen que ver con su personalidad, su historia y sus intereses.

El estado mental en que nos hace permeables a la inspiración es la atención flotante, dónde no nos enfocamos en algo concreto sino que dejamos fluir nuestras ideas

Al aparecer la inspiración, las ideas evocadoras resuenan con lo que ya sabíamos, y lo que se incorpora es lo que se ha creado en la zona de transición entre nuestro pensamiento y lo que nos viene de afuera y de los otros.

En un segundo tiempo, se produce un ordenamiento activo y productivo de las ideas, que son trasladadas a un contexto de pensamiento formal, viable para ser utilizadas en el emprendimiento de proyectos reales. Podemos así crear y realizar, soñar y concretar.

Cuando iniciamos un nuevo proyecto, el proceso creativo es a veces una búsqueda donde parece no pasar nada nuevo. En ese período nos familiarizamos con el tema e instalamos el campo de la red para capturar y reconocer lo nuevo. Nuestra mente se está preparando para recibir las respuestas. Luego sucede algo, a veces esperado y otras inesperado, que aparentemente no tiene nada que ver con el tema que nos ocupa, pero que nos resulta revelador.

A veces, cuesta reconocer desde el inicio el sentido o el valor potencial de una idea. Por la censura del pensamiento lógico, por el miedo a cuestionar los conocimientos convencionales, por el miedo a transgredir la autoridad de los maestros o jefes. Pero también porque están faltando nuevas revelaciones que podrán llegar un poco más adelante.

Por eso, apenas una idea nos parece interesante, se trata de dejarla flotando en la red, sin descartarla, para que trabaje con las ideas propias y esté disponible para conectarse con nuevas fuentes de inspiración.

Lo más sorprendente es que la experiencia reveladora suele producirse en un momento en que uno se aleja, o se “distrae” del problema, explora en otros lados, navega a la deriva, deja el recorrido lógico lineal y activa la red.

¿Nos animaremos a exponernos al azar?

Cuando nos focalizamos en una búsqueda concreta, la red se tensa demasiado y perdemos la disponibilidad; las valencias de las ideas propias dejan de estar libres para percibir y conectar lo que nos llega de afuera.

Por el contrario, si la red está demasiado laxa, estamos desconectados y esperando pasivamente a que algo aparezca, y los recursos propios, al no nutrirse del afuera, se agotan rápidamente. 

Necesitamos exponernos al azar, divagar, improvisar. Sumergirse en atención flotante en un medio rico en imágenes, sonidos, colores, olores, ideas, algo así como recorrer un bazar.

Solo hace falta asegurarse algún método personal para capturar lo que surge en esos momentos: un anotador o un grabador.

Además, este es un entrenamiento para el ingenio, esa forma repentina e improvisada de la creatividad que aparece en situaciones de emergencia o de escasez de recursos.

Ya que si bien la capacidad de crear se apoya en los conocimientos y la experiencia, también necesita de la audacia, del salto del pensamiento, con la confianza de que no es un salto al vacío, sino que la red está siempre allí.

Cuando circulamos por lugares que ofrecen estímulos variados, nos exponemos a la inspiración. Estas “distracciones” son las que nos hacen estar menos concentrados y más abiertos a la oportunidad.

Algunos creativos cuentan que las mejores ideas se les ocurren caminando, manejando y hasta en la ducha. En esos estados, la mente fluye, se abre y se expande, los enlaces evidentes se aflojan y surge la posibilidad de conectar los datos de nuevos modos.

Viviana, una excelente fisioterapeuta, refiere que descubrió que funciona en red cuando realiza un masaje de relax a un paciente. Ella lo describe así: “Intento conectarme con el cuerpo de la persona de modo de ir sintiendo sus nudos musculares, y poco a poco los voy trabajando hasta aflojarlos. Lo sorprendente es que en ese proceso mi mente también se desanuda y se me ocurren cantidades de ideas y proyectos, y hasta se me aclaran conexiones entre hechos de mi vida personal. Y sin embargo no siento que me esté distrayendo de atender al otro, al contrario, siento que lo ayudo mejor y a la vez evoluciono mientras lo hago”.

¿Cómo lograr el estado de red? En una desactivación intencional de la atención focalizada, los preconceptos y los nudos. Buscando el espacio- tiempo para funcionar conectivamente. Algo así como un baño de inmersión para la mente.

Si no lo hacemos así, el Pensamiento en Red es silenciado y sofocado por la dureza del pensamiento lógico. Y solo aparece a la manera de flashes, de ocurrencias aisladas, porque no encuentra las condiciones para que las ideas se desplieguen y se sostengan durante el tiempo suficiente para concluir en una realización.

Cuenta la historia que Johannes Gutenberg, el inventor de la imprenta, llevaba tiempo buscando un método para producir libros en serie.

Descendiente de una familia de grabadores de monedas, adaptó lo aprendido en su juventud para crear una plancha con caracteres metálicos móviles, con los que componía el texto. Esa plancha se entintaba, y luego se pasaban por ella las hojas de papel, presionándolas.

El método era revolucionario, aunque lento e imperfecto, porque se necesitaba ejercer una mayor presión sobre el papel. Un día, luego de varias ideas improductivas, saturado mentalmente y sin saber hacia dónde avanzar, Gutenberg fue a distraerse a la Fiesta de la Vendimia, que se realizaba en los alrededores de Estrasburgo, en el valle del Rhin.

Fue allí donde recibió el impacto que lo iluminó: la prensa para la uva.

Todo lo pensado, probado, descartado, más esa imagen, produjeron el milagro: ese sería el método para imprimir textos, que, a fines de 1400, revolucionó la civilización occidental.