Como viene demostrando la ciencia de las redes, tanto las epidemias como las actividades marginales responden a leyes muy precisas de contagio, difusión y expansión. 

La propagación de las enfermedades infecciosas y las redes del tráfico y el delito son, por eso, las más difíciles de desarticular desde las estructuras institucionales jerárquicas y formales. Y con frecuencia la expansión descomunal las toma por sorpresa.

La razón es que al comienzo, el crecimiento de estas redes es lineal y gradual, hasta que llega a un punto de inflexión, el llamado tipping point, y se vuelve exponencial. Se trata de un momento determinado en que algo, desde una noticia hasta un virus, se viraliza, se hace epidémico.

Otros factores clave en las redes son los hubs o grandes conectores.  En una epidemia estos serán los grandes contagiadores, los que se mueven mucho y en ámbitos variados. Basta con que uno de ellos participe de un par de eventos multitudinarios para que pueda contagiar a cientos de personas.

Pero con frecuencia, este análisis aún no es aplicado por los grandes decisores. Un ejemplo que conmovió al mundo científico fue el caso de una campaña contra la poliomielitis en África implementada en la década del 2000. Financiada por un grupo privado de filántropos, se tomó la decisión de copiar un modelo aplicado en los años 80 para erradicar la viruela, que dio excelentes resultados. Contra todas las expectativas,  la nueva y costosa cruzada fracasó. 

Esto se debió a querer aplicar un viejo paradigma en un nuevo escenario. A diferencia de años atrás, hoy las epidemias se propagan exponencialmente y una campaña al estilo de aquel entonces quedó obsoleta.

Así fue que los promotores del proyecto tuvieron que decidir cambiar de estrategia y diseñar una reestructuración radical para resolver las debilidades del programa lineal, ejecutado de modo vertical.

Hoy es necesario implementar un enfoque horizontal -incluso tridimensional-. Hace falta revisar las conexiones entre las personas, detectar a los grandes conectores y el modo en que se desplazan para medir y evaluar la expansión del contagio.

Estos errores de percepción y planificación son más frecuentes de lo que uno pueda imaginarse. Se dan porque, en ocasiones, los grandes donantes o los organismos gubernamentales, buscando el prestigio, el rédito o la fama, suelen preferir estrategias y objetivos lineales, que muestren resultados rápidos, visibles y mensurables estadísticamente. 

Cómo no entender que siempre es gratificante y redituable el éxito en el corto plazo, aunque a veces implique desentenderse de los verdaderos resultados, que sólo se pueden ver con el tiempo y en ámbitos más extensos y diversos que el problema de origen.

En el enfoque multidimensional y en red, no es tan fácil medir y exhibir los resultados, ya que son expansivos, de largo plazo y no lucen rápidamente en las estadísticas. 

Debido a la interconexión de los sistemas vivos, no se puede intervenir en forma fragmentaria. Hay que hacerlo con una visión del otro como totalidad: mente-cuerpo-vínculos-economía-cultura.

Si esto es así para los grandes organismos internacionales, ¿cómo no entender las feroces resistencias de las estructuras verticales y jerárquicas, en las escuelas, las universidades y las empresas? Esquemas mentales arcaicos y organizaciones fosilizadas resisten a las corrientes de cambio que los nuevos contextos nos reclaman. 

En el libro Los Siete Saberes Necesarios Para La Educación del Futuro, el epistemólogo Edgar Morin, afirma: “La educación del futuro se ve confrontada a este problema universal, ya que existe una inadecuación cada vez más amplia, profunda y grave entre, por un lado, nuestros saberes desarticulados, parcelados y compartimentados y, por el otro, las realidades o problemas cada vez más polidisciplinarios, transversales, multidimensionales, transnacionales, globales, planetarios…”. 

La realidad es que necesitamos nuevos modelos de pensamiento para pensar la complejidad. Mentes conectivo- asociativas. Mentes en red y equipos de trabajo con expertos en varios campos, que participen colaborativamente, integrando conocimientos de diferentes disciplinas.

Pero si bien vislumbramos a cada paso que las cosas ya no son como antes, seguimos refugiándonos temerosos debajo de los escritorios, hasta que la realidad nos muestra irrefutablemente que el mundo está interconectado, que se enreda y desenreda, y que la lógica lineal ya no alcanza para ser protagonistas y no víctimas de los nuevos escenarios.