La transición adolescente y la vivencia de riesgo

Para el adolescente la vivencia de riesgo es una variable que abarca varios sentidos: riesgo de perder la identidad por sumisión al medio social y familiar y perderse como individuo, riesgo de fracasar en el logro de un lugar valorado en el mundo. Y el riesgo de aniquilarse en el camino de encontrar la propia persona como objetivo tan esencial que puede hacer peligrar la vida misma.

Su experiencia vital puede pensarse en tres ejes:

El primer lugar la necesidad de desafío. El temor a quedar atrapado o sometido a los deseos de otros lo lleva muchas veces a buscar el fracaso o la marginalidad, como protesta ante la vivencia de que sus logros pueden ser explotados o robados por los adultos.

También la búsqueda de un nuevo comienzo para todo. No pueden aceptar las cosas como están y necesitan empezar de cero sobre cada tema que les importa.

Y finalmente la intransigencia ética. Esta «feroz moralidad» no tolera la falta de autenticidad ni las soluciones falsas. Eso los hace exponerse a los peligros sin medir las consecuencias, y hasta preferir morir antes que ceder en algo que consideran injusto o falso.

 

La desposesión

En la infancia el niño lo pone a prueba su ambiente: reclama, exige, destruye, para experimentar todas sus posibilidades y la consistencia y solidez del entorno, para sentirse a la vez libre y seguro.

Potencialmente estos comportamientos pueden ser precursores de conductas antisociales, pero la familia y la escuela suelen ser capaces de curarlos mediante adaptaciones y actitudes reparatorias.

Pero puede acontecer que el ambiente falle. Por falta de empatía, abandonos, crueldad o indiferencia. El niño se retrae, se resigna o continúa con fracasos escolares o problemas de conducta.

Al entrar en la pubertad el chico tiene la expectativa de que el ambiente actual reconozca y repare el daño que le fue infligido. Y al comienzo pretende hacer reaccionar a los cuidadores, parientes o maestros. Me quitaron algo con lo que yo contaba, y me la van a tener que pagar. El sentimiento es de injusticia.

Allí aparecen nuevos trastornos de conducta: pequeños hurtos, peleas, mal comportamiento en la escuela, el bullying hacia los compañeros.

Ese es el punto de inflexión, ya que los comportamientos antisociales son al comienzo originados por la esperanza. Se trata de un reclamo auténtico hacia el ambiente, si bien reclama al ambiente actual un daño producido por un fallo previo.

Cuando esta búsqueda fracasa, puede apelar a la sociedad, provocándola a través de comportamientos agresivos o transgresores.

 

El callejón sin salida

Los fallos más graves y los fracasos repetidos en la búsqueda de un ambiente continente, producirán un estado de profunda decepción y desesperanza.

Cuando el poder sobre los otros, la adquisición de una mayor fuerza física, y los beneficios materiales aparecen, se produce el abandono de la esperanza.

Las conductas delictivas y despiadadas dan lugar a un cuadro severo y a veces irreversible. En estos casos el individuo no es capaz de dominar su agresividad y lo único que puede contenerlo es el límite externo real o el miedo al castigo.

El contacto afectivo con las personas vivas se pierde y también la capacidad de sentir culpa debido a la falta de oportunidad para la reparación.

En este caso, las defensas se estructuran y la expectativa de reparación desaparece. Se instala la psicopatía con sus características de robo y destrucción dirigidas a la sociedad en general, donde la esperanza de ser ayudado es casi inexistente. La probabilidad de ser castigado es mayor, pero también lo es la posibilidad de obtener beneficios.

El acting antisocial se vuelve importante para el individuo, debido a los beneficios que le aporta. Estos beneficios van disminuyendo el sufrimiento y frenando el impulso de buscar ayuda o a aceptar la que se le ofrece.

Por eso es responsabilidad de la comunidad rescatar al adolescente antisocial antes de que cristalice en una psicopatía. El costo de no hacerlo será la pérdida de una cantidad de jóvenes en un callejón sin salida. Y una amenaza permanente para la sociedad.

 

Un adolescente con esperanzas es una esperanza para la sociedad

Si bien este escenario resulta inquietante, por otra parte debemos destacar la vitalidad y riqueza del mundo adolescente, expresada a través del respeto por valores esenciales y sensibles. El amor por la música, el apasionamiento, el idealismo y la lealtad. Las amistades y amores intensos e incondicionales. La generosidad y la valentía.

Al mismo tiempo lo creativo: renacer, recrear, inventar. La originalidad en el vestir y el hablar. Cierta mirada irreverente sobre los prejuicios y solemnidades del mundo que los rodea. Un humor ácido y ocurrente que enfrenta al adulto a su falta de libertad y a sus propias limitaciones.

Por eso es justamente la adolescencia quien mantiene vigentes el desafío, el idealismo, el valor de la identidad individual. 

A su vez la sociedad deberá confiar en la aptitud del adolescente de acceder a la adultez, y apostar a que será capaz de esta doble misión: preservar y a la vez modificar el mundo que le está siendo entregado.