Esto sucedió por algo, escucho decir. Nos sucedió por algo. Es un designio del destino, de Dios, del Universo. ¿Para castigarnos por lo que hicimos mal? 

Un poder superior nos envió esta peste y nos está dando un mensaje. ¿Para qué? Para que reflexionemos, tomemos conciencia de nuestros errores y nos decidamos a cambiar, a portarnos mejor.

Algunos necesitan encontrar un culpable, el gobierno, otros países, los irresponsables que no cuidaron el planeta, los científicos sin escrúpulos que hicieron experimentos peligrosos.

En cada rincón del mundo se inventan historias, quizá reclamando una explicación para lo inexplicable, tal vez intentando dar sentido a un hecho incomprensible y brutal.

Dejo a cada uno con sus creencias. Prefiero cambiar de perspectiva.

Algo sucedió, nos atravesó, puede que sea apenas una fatalidad. O no, pero ya no importa.

Me podrán argumentar que comprender las causas de un suceso negativo es crucial para evitar que se repita. Sin embargo, cuando las causas son múltiples y entramadas, no es tarea fácil. Y, y no todos tenemos los conocimientos adecuados para evaluarlas. Debe ser por esa impotencia que creamos hipótesis, a veces racionales y otras desopilantes. 

Por eso, lo esencial de este acontecimiento es el desafío al que nos convoca. Es ver cómo podemos capitalizar esta experiencia inédita, única, impensable. Y hasta fascinante, si no fuera por los riesgos y los costos. 

Ante los hechos, se trata de descubrir qué podemos aprender y mejorar, ya que el único modo de tomar el control de lo que nos pasa es lo que hacemos con lo que nos sucede. Adueñarnos de la experiencia.

Y en lo personal, ¿qué es lo que podemos revisar? Nuestro personaje. Esa caricatura en la que se exageran los rasgos más destacados. Rasgos que se consolidan por las cosas que nos salen bien, nuestros éxitos. También por los errores, fracasos y derrotas. Y esa caricatura nos hace menos flexibles ante lo nuevo, menos permeables al aprendizaje.

El confinamiento forzado nos irrita porque nos quita libertades, pero especialmente porque nos exige detenernos y mirarnos a nosotros mismos. Y nos damos cuenta que estábamos confinados en nuestra propia historia, encorsetados en un personaje, reflejados en la caricatura. 

Y como sociedad, ¿qué nos sucede? Estamos siendo colonizados por una red depredadora, atrapados en la tela de araña de la pandemia y sus consecuencias.  

Frente a esta situación, hay personas y organizaciones con estilos lineales que se atrincheran cerrando más sus círculos de pertenencia. Es fácil hacerlo, ya que el confinamiento parece invitar a eso. El aislamiento total como modo de supervivencia. 

Aquellos que pertenecen o han creado redes de colaboración en su ámbito laboral, social o familiar, nos dicen con razón: “Yo tengo una red que me sostiene en estos duros momentos”. Y esa es su ventaja. Sin duda estarán menos aislados, más contenidos y acompañados. Tendrán un ámbito donde compartir sus preocupaciones, un apoyo para encontrar soluciones. Las ventajas de pertenecer.

Pero si alguien dice: “Mi organización es una red de asociados por intereses afines”, en realidad lo que ha creado es un círculo. Vicioso o virtuoso, pero círculo al fin. Porque no alcanza con ser parte de una red de contactos seleccionados. Ninguna persona ni organización es una red en sí misma, sino sólo un tramo de la red más extensa que nos trasciende a todos. 

Cuanto más aislados estamos físicamente más necesitamos abrirnos, escuchando a quienes piensan diferente, creando nuevas redes de pertenencia. Hay que activar redes vitales, colaborativas, asociativas y solidarias. En definitiva, cooperar de manera global y evitar los círculos cerrados, ya que estos no tienen poder para desarticular las redes depredadoras.

En estos sistemas abiertos y conectados de múltiples maneras, el contagio será inevitable -por eso el barbijo, el distanciamiento social-. Pero también contaminamos de otros modos. Hoy somos todos potenciales líderes de opinión. Y cada uno en su ambiente tiene la responsabilidad del contagio.

Porque hasta el más pequeño y distante nodo puede generar una difusión acelerada y expansiva. Contagiando un virus letal o bien polinizando actitudes y valores positivos. Al estar todos conectados, lo que hagamos tendrá un efecto en los demás y en nosotros también. Por lo cual son claves tanto el compromiso individual como la cooperación colectiva. 

Como escribe en estos días Yuval Harari: “En este momento de crisis enfrentamos dos opciones particularmente importantes. La primera es entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano. La segunda es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global”.

En medio de la crisis se gesta una nueva red que se entrelaza con fuerza y deja a nuestro alcance tanto el empoderamiento ciudadano como la solidaridad global. Dos atributos extraordinarios que nunca fueron tan necesarios en la historia de la humanidad. Es hora de hacerlos valer.