Un ingeniero ya retirado me contó su experiencia. Acababa de recibirse, con veintitrés años, y se presentó con su brevísimo CV en una empresa del Estado. Lo reclutó el que iba a ser su jefe  en aquellos años casi no existían los departamentos de Recursos Humanos. Después de un breve relato acerca de cuáles iban a ser sus funciones, el futuro jefe le dijo con orgullosa satisfacción, como quien otorgase un premio: “De aquí en más, usted vele por la compañía, que la compañía lo va a velar a usted”.

Contado hoy parece una broma de mal gusto, pero así se trabajaba antes de que el mundo comenzara a transitar la era digital. Permanecer en una misma empresa toda la vida era una aspiración y un honor. Ahora el desafío es abrirse a la colaboración global que atraviesa fronteras físicas y humanas tejiendo una inagotable red de oportunidades.

Sabemos que los Millennials y los Centennials tienen expectativas, estilos y objetivos diferentes a los que están acostumbradas las compañías. Sin duda por el cambio de época, pero también porque muchos son aún muy jóvenes y no tienen todavía responsabilidades familiares. Quieren horarios flexibles, buena relación entre vida profesional y personal, trabajar por proyectos, sentirse vitales y únicos dentro de un equipo. Y ser parte de algo más grande que no es la empresa sino la comunidad y el mundo.

Estos jóvenes aspiran también a participar de un propósito social y ambiental, no sólo económico. Como parte de esta apertura, pretenden trabajar algunos días desde su casa, licencias para viajar, interactuar en las redes sociales y encontrar nuevos desafíos.

Y, para peor, dirán sus jefes, se sienten libres de dejar stand by un proyecto en el que están involucrados porque “pintó Tailandia” y piden quince días de licencia para vivir una nueva experiencia. Irritante cuando hay una dead line y estos irresponsables se toman su tiempo. Pero es también el reflejo de una actitud que nos está diciendo, “no me pierdo ninguna oportunidad”. Habrá que trabajar con ellos el equilibrio necesario entre autonomía y compromiso, entre talento, creatividad y responsabilidad.

Para sorpresa de las generaciones mayores, sus aspiraciones materiales son diferentes y prefieren usar antes que poseer. Se sienten beneficiarios de lo que está disponible a su alrededor para disfrutar, aprender o experimentar.

Hoy se habla del Movimiento Share, en el que se crean espacios donde se acopian objetos diversos que se pueden compartir, prestar y tomar prestados. Habrá que reconocer que este uso cooperativo resulta práctico, económico y sustentable, ya que disminuye el consumo de bienes.

Las nuevas generaciones son originales y disruptivas, pero nómades e irreverentes, no aspiran a permanecer en un mismo lugar por varios años. Las empresas tratan de domesticarlas ofreciéndoles capacitación, un plan de carrera, beneficios extraordinarios. Sin embargo, se van a otras compañías o detrás de un sueño emprendedor.

Los de la Generación X y los Baby Boomers se impacientan e irritan. ¿Darles a estos chicos privilegios a los que ellos tuvieron que renunciar? ¿Bancarse saber que se van a ir?

El enojo por la pérdida de tiempo, recursos y energía que se invirtió en capacitarlos es grande. La decepción emocional y el sentimiento de ingratitud, también. Y encima se llevan las herramientas y hasta los contactos que la empresa les brindó.

Preocupados y frustrados, los mayores se preguntan, ¿qué hacemos con ellos? No contratar a ninguno más no es una opción. Son la fuerza laboral del presente y del futuro y, como si esto fuese poco, algunos pueden darse el lujo de elegir dónde y con quién trabajar.

¿Habrá que aceptarlos y cambiar algunas dinámicas de la empresa? Sin duda, porque estas generaciones que parecen amenazarnos con su estilo descarado son más independientes, pero también están más disponibles para la conectividad y la colaboración. Tienen alma de emprendedores dentro de las empresas, son intrapreneurs. Y esto es lo que está haciendo falta, gente con pasión y disposición a innovar.

Las compañías de hoy y las del mañana necesitan aceptar e incluir a diferentes generaciones, géneros y modelos mentales. Para crecer y sobrevivir deben hacer jugar en armonía los valores de siempre con los nuevos paradigmas: identidad con diversidad, pertenencia con apertura, experiencia con audacia, tradición con innovación.

A su vez necesitan reconocer que los conocimientos especializados y las habilidades soft, lo técnico y lo humano, se entraman de una nueva manera. Así como antes las empresas se ocupaban de capacitar a la gente que iba a permanecer, ahora lo que no permanece es el conocimiento, que se vuelve obsoleto a gran velocidad.

Es por eso que cada vez más se requerirán menos archivos mentales de información y mejores programas de procesamiento de las ideas. Y en esto habrá que reconocer el valor de las experiencias variadas en diversos ámbitos, que son las que forman a las personas con un pensamiento más rico y flexible, con inteligencia emocional y social.

Sabemos que cada experiencia desarrolla nuevos circuitos neuronales y mentales, enriqueciendo el pensamiento y extrapolando conocimientos de un área a otra. Y más aún, esas personas comparten redes humanas con otras en cada uno de los mundos en los que se mueven.

Los archivos de información se guardarán, se actualizarán y estarán disponibles en las computadoras. Entonces, ¿por qué no ayudar a estos nuevos jugadores del tablero organizacional a potenciar su capacidad conectiva y colaborativa, y habilitarlos a trabajar en red? Se irán de todos modos, pero en ese caso en vez de traidores tendremos embajadores.

Estos nómades oxigenan y polinizan las redes humanas, creando nuevos vínculos, contagiando los valores y saberes que aprendieron, trayendo propuestas como proveedores o potenciales clientes. Y quizá puedan promover alianzas estratégicas desde sus nuevos lugares de trabajo.

Además, si en vez de sentirnos traicionados, los tratamos como posibles aliados, seguirán siendo parte de nuestra red. Aunque nos siga molestando su estilo de ver la vida, con tatuajes imborrables para siempre, pero con trabajos y vínculos afectivos que durarán hasta que “pinte” algo más interesante.