La capacidad de pensar en red no se logra sólo a través de la lectura de un libro, ni asistiendo a una conferencia. Necesita de encuentros vivenciales, en un ambiente relacional, con la guía de un líder experimentado.
Se trata de trabajar para reconocer, habilitar y entrenar el pensamiento conectivo, y desbloquear las estructuras mentales que tienden a neutralizarlo. Así, en los equipos de trabajo, la creatividad se sinergiza, generando colaboración creativa, y se concreta en auténticas realizaciones.
El trabajo en equipo pasa a ser un encuentro entre emprendedores. La asociación libre de ideas opera en la mente de cada uno, la atención flotante percibe las tendencias y la sincronicidad se activa, acompañando los proyectos.
Esto va en sintonía con la valoración de la diversidad, la comunicación, y el intercambio de conocimientos y experiencias. Para eso es necesario instaurar las condiciones de tiempo, espacio y confianza más adecuadas para que la colaboración creativa se exprese y desarrolle. Aunque a veces sea necesario revisar paradigmas muy arraigados de desconfianza y temor a lo nuevo.
Con frecuencia una pequeña modificación en la rutina genera cambios trascendentes, ya que la creatividad nunca es un hecho aislado y se propaga por toda la red.
En un segundo tiempo, esos proyectos, aún en estado naciente, deberán ser sostenidos y consolidados, buscando datos e información concretos, que permitan darles una forma viable.
En este recorrido, no es raro encontrar que muchas de las ideas nuevas son en realidad proyectos a los que renunciamos, perdidos en el tiempo o descalificados en otros momentos.
Con frecuencia resulta útil diseñar en forma gráfica la red de la organización, sus lazos formales e informales, su fortaleza y extensión, sus nudos y sus cortes, sus zonas débiles, su tendencia a la fragmentación o a la cohesión. Detectar las zonas de disgregación y los anudamientos malignos que deben ser cortados.
Distinguir los parches ineficaces de las restauraciones creativas. También, buscar un modelo de autoevaluación periódica de las redes personales, las del equipo y las de la organización.
En el trabajo con grupos, la instalación de un Pensamiento en Red lleva a cambios de actitud, de valores y de productividad. El desarrollo personal y profesional conduce a la revisión de los paradigmas aceptados y al crecimiento global de la organización. Cada uno se atreve a hacer propuestas innovadoras en su especialidad, pero también, notablemente, por fuera de sus áreas específicas.
A su vez, hay una mayor disponibilidad para recibir y considerar ideas y soluciones no convencionales, más allá del sector o la jerarquía en que se originen.
La posibilidad de compartir la propia historia, experiencias de vida y otros talentos y aptitudes hasta entonces desconocidos para el equipo genera sentimientos de afinidad entre las personas.
Se comienza a considerar la importancia del estado mental en la toma de decisiones y los riesgos de decidir bajo el efecto de la linealidad y el estrés. Esto lleva a un funcionamiento más saludable, que favorece la libertad de criterio.
Las personas conectivas generan organizaciones más conectadas y promueven sociedades con valores humanos más genuinos.
Hoy ninguna disciplina puede prescindir de incluir el azar en sus parámetros de predicción. Menos aún podrían hacerlo las que se ocupan de sistemas vivos como las personas, los grupos y las organizaciones.
Pero además, a partir del funcionamiento en red, el “factor suerte”, si bien siempre impredecible e inasible, comienza a tener un nuevo significado: se genera confianza en la aparición de ayuda inesperada y de oportunidades imprevistas. Y, desde esa confianza, se las detecta e incorpora rápidamente a los proyectos en curso.
La repetición de este tipo de experiencias a lo largo del tiempo va generando optimismo, y un sentimiento individual y grupal que lleva a las personas a considerarse tocadas por la suerte.
Por eso cada vez que armamos un equipo o desarrollamos un nuevo proyecto, no debemos olvidarnos de agregar a las etapas lógicas y ordenadas, algunos links aleatorios, cambios aparentemente triviales o tangenciales: los lugares de reunión, los cambios de decoración, los detalles originales. Esto potenciará la conectividad de toda la red y la aparición de la sincronicidad.
Proponerse investigar y procesar potenciales fuentes de inspiración, intentando nutrirse de lecturas alejadas de los temas técnicos, haciendo pequeños “viajes de exploración” en el entorno geográfico y social, para ser capaces de importar conocimientos de un área a otra.
En este punto, alimentar al Ser creativo pasa a ser una prioridad: aprender una nueva destreza física o intelectual, cultivar un hobby, iniciar una colección, elegir un tema de interés y explorarlo. Recuperar lo renunciado y lo perdido: la herencia cultural, las raíces familiares, los sueños, talentos y aptitudes.
Ya no necesitamos evadirnos con actividades que nos vacían de energía, sino que nos expandimos en intereses que dan sentido a nuestra vida. De esto saben los navegantes y los pescadores, los andinistas y los viajeros, los coleccionistas y los melómanos, y también todos aquellos que hacen de su trabajo algo más que una rutina cotidiana.
Cuando funcionamos en red estas pasiones nos entretienen y entusiasman, pero además alimentan nuestra sabiduría y nos permiten desplegar una personalidad más interesante, extrapolar conocimientos de un área a otra y ser mejores también en nuestro trabajo.
Cuando alguien nos hace un planteo incomprensible o demasiado complejo, antes de intentar descifrarlo, adquirir el hábito de preguntarse: ¿estoy en red? Cada vez, ante el colega, el cliente, el jefe, un examinador, un amigo, la pareja. O cuando estamos confundidos y no sabemos cuáles son nuestras prioridades, ponerse en red. Solo después, pensar, analizar, reflexionar.
También, antes de comunicar una decisión, de iniciar una discusión o de revisar un procedimiento, convocar a nuestra gente a estar en red. Asumir el rol de desatanudos y de tejedores de redes.
Vivir en red nos genera la vocación y la necesidad de ir más allá de la formación especializada, hacia una comprensión totalizadora del mundo. Pero además ofrece a cada uno la oportunidad de funcionar como una persona total en cada circunstancia, con toda su experiencia de vida, sus emociones, sus talentos múltiples. Ya no queremos y más aún, no podemos, vivir fragmentados.
Así comienza a aparecer la necesidad de una convergencia y coherencia entre el ser, el estar y el hacer. Eso nos permite reconocer y valorar nuestra complejidad esencial, y explorar las relaciones entre los individuos, las cosas y los hechos.
Pensar en red es conciliar y potenciar el pensamiento lógico con el intuitivo. Así, la intuición se transforma en aliada de la inteligencia, en lugar de oponerse a ella. Las emociones no crean confusión, sino que refuerzan la certeza respecto de lo que percibimos objetivamente. Lo serio se disfruta como un juego, y el juego es la fuente del cambio y la innovación. La creatividad se concreta en realizaciones. Y los sueños alientan los logros.
Entrenarnos para pensar en red nos permite una mejor integración de todos nuestros recursos, una relación más fluida con los otros y el mundo, una superación de la antinomia éxito– bienestar, y vida personal– vida laboral. Liberar el potencial creativo, protegernos de los efectos del estrés, acceder a un estado de máxima conectividad. Pero también una existencia más libre y saludable, valores y calidad de vida, creatividad en acción.
¿Cuáles son las habilidades que necesitamos para ser parte de las
redes? Tener un pensamiento independiente y a la vez estar interesados en colaborar con los demás: autonomía y conectividad. Atreverse a ser un hub, un gran conector, para integrar ideas, personas y proyectos.
Decimos que una persona es lineal cuando considera que la música y la gestión son espacios inconciliables, que la eficiencia y la salud no tienen nada que ver, y el éxito y la felicidad tampoco. Y cuando se ha especializado en un campo a expensas de su desarrollo como persona.
Decimos que alguien piensa en red cuando es capaz de conectar información, conocimiento e ideas de múltiples modos, generando resultados innovadores. También, cuando puede vincularse con las habilidades y necesidades de los otros. Cuando su visión estratégica trasciende la búsqueda de objetivos porque está abierto al encuentro con las oportunidades.
¿Y qué pasa cuando una organización trabaja en red?
La innovación puede comenzar en cualquier punto ya que las redes vivas son descentralizadas. Las empresas ya no se definen sólo por sus dimensiones sino por estar más o menos conectadas. Las interacciones se amplían de las transacciones a la creación de vínculos.
La organización forma a su gente para seguir siendo parte de su red aún cuando migre hacia otras empresas o territorios. De ese modo el que se va ya no será un traidor sino un embajador que “contagiará” nuestra cultura organizacional y estará interesado en mantener el vínculo con nosotros para nuevos emprendimientos.
En un momento en que todos los grandes proyectos se realizan configurando consorcios, los competidores ya no serán solo rivales sino potenciales aliados. En una visión en red los intereses de las personas, las empresas y las comunidades se sinergizan.
Y en algún momento nos llega la evidencia: más allá del proyecto que intentemos llevar adelante, el verdadero capital es la red creada para concretarlo, las ideas y los vínculos que se han ido generando, y que continuarán en el tiempo, abiertos a nuevas personas, propuestas, y desafíos.
Cuando tenemos una red humana extensa y bien conectada se hacen posibles las decisiones acertadas, las acciones exitosas y los proyectos sostenibles.