Nunca viajamos tanto, ni estuvimos tan informados, tan conectados. Nunca vimos tan de cerca la vida de los otros. Y muchos de nosotros jamás nos permitimos imaginar que esto podía pasar… Pero pasó. El Covid-19 rompió el timón y quedamos a la deriva. 

Algunas voces de la ciencia y la filantropía venían vaticinando una posible pandemia. Sin embargo, las percibíamos lejanas. La negación nos protegió hasta que la realidad nos golpeó de frente. Llegó el inimaginado, sorpresivo, enorme cambio. El que nada tiene que ver con nuestro deseo ni nuestra voluntad. Lo incontrolable, lo impensable. 

Y se metió con todos. La red que nos une y las redes de cada uno. La trama de nuestra cotidianeidad y de nuestros pensamientos sufrieron el impacto de esta nueva crisis. 

Si una crisis se define como aquello que en un momento determinado quiebra la continuidad de una estructura, esta es sin duda una ruptura en la continuidad de nuestra vida. 

Nuestros hábitos, relaciones y espacios ya no se pudieron sostener como siempre, ni nuestro trabajo se pudo seguir haciendo del mismo modo.

Se quebraron las redes que a lo largo de los años fuimos generando:  anudamientos de vínculos, de ideas, experiencias, certezas, que nos contenían y reaseguraban. Pero también, nudos mentales que han ido creando prejuicios, rutinas que no cambian, obligaciones que nunca nos cuestionamos, y formas siempre iguales de relacionarnos.  

Explotó el sistema, la previsibilidad colapsó, ya nada se vió igual. Ni siquiera el modo en que nos vinculamos con la misma gente. Aislados, pero compartiendo un espacio común, a veces sofocante, el de la reclusión.

Paradójicamente, por momentos sentimos una especie de alivio. Estábamos locos de exigencia, de urgencia, de ambición. Y nos mandaron a guardar. Nos internaron. De repente la calma, la introspección, el tiempo para ordenar, pensar, planificar. 

Es común escuchar que las crisis son oportunidades. Y que la resiliencia es la capacidad de volver al estado anterior. Pero, al pensarnos y percibirnos como parte de una red que nos trasciende, podemos hacer mucho más que eso.

Cuando se quiebran las estructuras formales, queda una gran cantidad de cabos sueltos y es el momento de explorar otras opciones para reconectarlos. 

Hay que retejer la red,  lo que implica sumergirse en el caos, capturar esos cabos y organizarlos, enlazando ideas que parecían incompatibles, relacionándonos con personas con la que no creíamos tener nada en común. Incluso, descubriendo un nuevo modo de compartir con nuestros seres queridos, con la gente con la que trabajamos, con el mundo.

En este contexto también se modifican las jerarquías y los roles. Aparecen líderes naturales y liderazgos espontáneos. Y a veces, los que mandaban, desorientados y paralizados, se dejan guiar por aquellos que, en estos casos, cuentan con más herramientas o audacia.

La historia nos muestra que las personas, los grupos, las sociedades, no evolucionan de manera lineal sino atravesando grandes quiebres en su continuidad. Así sucedió siempre con las guerras, las pestes, las catástrofes.

Pero, de acuerdo a cómo reparemos cada ruptura vamos a evolucionar o retraernos. Y según cómo resolvamos esta crisis estaremos más preparados y fortalecidos para procesar las próximas. Podemos regresar a lo conocido o crear nuevos estilos de expresión, de invención. Así se cruzan fronteras y límites, y nos lanzamos a hacer cosas que nunca habíamos hecho. Ya sea creando puentes, tomando atajos o descubriendo pasadizos secretos.

Al comienzo, se ponen en funcionamiento los mecanismos de emergencia. Igual que en una guerra, son reacciones defensivas. Se trata de contener el impacto y achicar las pérdidas. Pero estas condiciones tienen que ser acotadas en el tiempo y el espacio para dar lugar a una restauración sostenible.

Una vez que la estructura se estabiliza, empezamos con más tranquilidad a resolver las necesidades que nos quedaron pendientes y que tuvimos que dejar en suspenso. Es el momento de activar los mecanismos de largo alcance. 

El relevo y la transición de la emergencia a la recuperación son claves para la continuidad del sistema. 

En esta etapa, hace falta también abrir un espacio-tiempo de reflexión para contener a las personas, expresar las emociones, curar las heridas, reconstruir la red familiar o los equipos de trabajo.

Enfrentados a tanta incertidumbre buscamos respuestas y posibles soluciones en experiencias anteriores.

Sin embargo la experiencia puede convertirse en un arma de doble filo, ya que lo vivido tiende a bloquear la percepción de lo inédito. A veces, porque reactiva instancias traumáticas similares del pasado. Otras, porque invita a echar mano de recursos que dieron resultado en otros momentos, sin contemplar el hecho de que estamos frente a una situación diferente.

Aunque hay algo valioso que podemos rescatar de la experiencia, y es la confianza adquirida, la que permite afirmar: “Esto también pasará”.

Pero no alcanza con la confianza. Esa seguridad no es suficiente para avanzar. Hay que aplicar nuevas estrategias de supervivencia, prestando atención a los detalles inéditos y a las variables que aparecen por primera vez.

Sobre el territorio aún inexplorado tendremos que trazar el mapa de lo que nunca vimos antes. A partir de allí podremos encontrar las herramientas adecuadas para procesar lo nuevo, capitalizarlo, transformarlo y seguir creciendo.

En ese terreno virgen, la creatividad resulta esencial. No como forma de distracción o evasión, sino como recurso legítimo. Por eso, ninguna ocurrencia creativa tendrá que ser descalificada. No es necesario hacer algo grandioso, a veces con sólo hacer pequeños movimientos empiezan a suceder cosas interesantes. Se desactiva la inercia y se activa la dinámica expansiva de la red. Cuestiones que parecían inamovibles se movilizan, problemas que se creían sin solución se resuelven. 

Así, cada uno, como una parte esencial de este entramado, iremos retomando el timón. Atravesaremos las turbulencias, y lo que veremos del otro lado nos sorprenderá. Y de este lado, en nuestro interior, también habremos conquistado nuevos continentes.

Como nos dice el inefable Haruki Murakami: “Cuando salgas de la tormenta ya no serás la misma persona que había entrado en ella. En eso consiste la tormenta”.